Son los objetos quienes se sujetan a la mano con sus capacidades cuando la mano los sostiene. Por miedo a no existir. De no ser así, el vaso se desliza y convierte el pavimento en un incómodo cielo nocturno. La botella vacía jamás puede sentirse llena tras resbalar aligerada por la suavidad de la piel. Una sábana, un cojín, la punta de la falda o el cuello de la camisa desconocen lo que es el cuidado si no han sentido estremecimiento o furor antes de ser extendidas o arregladas. No hay en las cosas pasividad cuando se acerca una mano.