…el ruido de los motores que cuartea el cielo nocturno trae también el olor del humo de lo que todavía no arde. Las calles de la ciudad, un montón de troncos apilados cuya densa humareda ennegrece la oscuridad con su presagio. Cuando hasta las piedras ardan y el estruendo de las bombas que ya han dejado de caer sea entonces el que permanece insistente en los oídos. Ninguna sensación coincide con su tiempo. Es el miedo lo que distorsiona las percepciones. Y es también la memoria la que crepita en los incendios. Un fuego que celebra lo prohibido: el sobrevivir…