La misma sombra que sordamente desaparece en puertas y persianas descubre al mismo tiempo los rasgos de las figuras inertes. La desnudez de la ninfa desnuda, los ojos de piedra blanca del soldado, los pliegues académicos de su túnica. Con el mismo impudor íntimo con el que las personas acuden al espejo con los ojos por abrir, las estatuas delatan la impiedad del tiempo con el escultor que las talló. Su aspiración a un arte elevado que se quedó en adorno de jardín. La luz que borra las aspiraciones del manto nocturno revive día a día la escasez de talento.