De lo que se haya quedado ahí sentado, en la acera de una calle con tránsito incesante, envuelto en el papel de estraza de pensamientos cotidianos y temores ahora resueltos por la vida hace tiempo, no ha quedado ni siquiera la imagen que suscita esta inquietud. El resto, permanece. La valla que cerca el precario acceso a la luz del semisótano. El reflejo de las fachadas de los turismos que pasan al sol, otros modelos, pero idéntico cristal en el parabrisas. Las ondas que se abrazan a las antenas para llenar de vacíos la memoria. Solo lo superfluo resulta inmutable.