Desde el otoño las viñas languidecen. Desasiste el verdor a sus hojas, el viento las arranca, las lluvias las devuelven a la tierra. Su fruto se fue en cestos a rebosar, sobre un tractor que parecía ronco. Ahora llega el frío y con él la tijera que acaba con sus melenas. Apenas quedará un tronco retorcido antes de que marzo regrese con el milagro de las ramas, las hojas y el apunte de los racimos. Desde otoño las viñas se encierran en sí mismas, parecen no contar ningún cuento, pero los memorizan en la savia que hiberna en su interior.