Una mano que arranca poco a poco la cinta adhesiva de la noche que cubre la superficie, el domingo. Debajo se descubre la luz, aún tenue, aunque para ese día ha cambiado los códigos. Prisa por silencio. Actividad por duermevela. Reloj por la camiseta que lo cubre. Un jubilado que juega a la petanca en la plaza mayor durante los días laborables, el domingo reparte el tiempo, una carta llegada desde lejos que se lee con emoción. Todo lo deja quieto —la persiana a medio subir, la ropa sobre la silla donde quedó la víspera—, menos la voluntad de sentir.