Con botas de goma negras, delantal y guantes de piel el día vierte el cubo de oscuridad que le ha sobrado de iluminar las horas. La masa de opacidades fluye, un curso de agua desbocado que anega en su silencio las estrechas calles de Nøstet. Las farolas bostezan hacia el suelo, avergonzadas de su somnolencia. Solo siente orgullo de la luz que emite la vela que arde solitaria en el alféizar de una ventana. El lugar que debería ocupar un jarrón con flores, una figura de cerámica o un barco de marquetería. Los signos con los que habla la vida.