Costras de hielo sobre las botas. La puerta de golpe ha silenciado el discurso delirante de la ventisca, a solas ya en mitad de la pelea con las luces del puerto. Al avanzar descalzo la madera le susurra frases de quien se entiende en una lengua foránea. Un montón para los calcetines, los pantalones húmedos, la camisa. La lamparilla parpadea, pero la luz está sujeta a las paredes con clavos y el recuerdo sigue amarrado al noray. En la pila vierte la bolsa de plástico donde trae los arenques para freír. Abre el grifo. Busca un cuchillo en el cajón.