Hubo un tiempo en el que disfrutaba con las voces. En transparencia creía verlas bajo los recursos expresivos que este o aquel vertía sobre su decir. Lo contemporáneo me dejaba boquiabierto bajo el cielo incendiado la noche de los fuegos artificiales. Deseaba estudiarlo, también. Lo peor del tiempo es que continúa a pesar del brillo de cualquier presente. Y ahora, aquel fulgor solo lo descubro en lo más remoto. Donde ni siquiera existe la noción de tropo y la poesía emerge directa no se sabe de dónde. Y en especial, en esas veladuras que son los fragmentos perdidos para siempre.