Tierra que ampara. Oscura, húmeda. Las manos la han moldeado, no para cántaro. Para que cobije solo. Para que alimente. Sin nada más. Para que sea tierra, ella misma lo que ha sido siempre, ahora en el alféizar de una ventana. Quien le ha enseñado a la tierra lo que la tierra siempre ha sabido: a acoger. Los dos brotes han llegado deslucidos. Famélicos tal vez. Allí donde habían nacido, entre piedras, paseantes, tráfico, no llegarían lejos. Pero han tomado un autobús. Han caminado. Han subido escaleras. Un sueño. Y ahora se acuestan en la tierra que les han preparado.