No habla con nadie. Se sienta solo en un banco y deja que los tilos, desde su abulia, le contemplen. Dicen que es jubilado de los ferrocarriles. De la línea del Norte. Pero no sé si es cierto. Samuel, dicen también que se llama, Samuel Beckett. Quién sabe. Nadie lo trataba hasta que apareció por los columpios aquella niña pizpireta. Isabel, su nombre. Subía, bajaba por el tobogán sin descanso. Fue necesario que se acercara, le arrebatase la mano y se fueran los dos a pasear por el sendero de las petunias para que supiéramos que el viejo sabía sonreír.