Una de sus fantasías secretas preferidas
al entrar en la habitación de un hotel —solía trabajar en la sede, un pequeño
despacho al fondo, junto a los servicios, lo que le gustaba porque al cabo del
día todos los empleados acababan saludándole, y solo le mandaban de viaje a
algún simposio profesional cuando el jefe de su jefe o su jefe no podían o el
lugar no estaba a la altura, lo que no le importaba demasiado porque adoraba
coger aviones y subir a trenes— era no verse reflejado en el espejo al dejar la
llave encima de la mesa.