Telas blancas entre los muebles y encima un ajuar de toallas bien dobladas. Sábanas de nívea seda sobre la cama y en la cuna, que la impaciencia mece con un crepitar de madera contra la losa. Albas manos que con destreza colocan en su lugar cada miembro durante la espera. Pálido gesto de quien aguarda y siente. Y ante la ventana bailan blanquecinos copos en la superficie del vidrio. Nieva aquel día sobre los campos, los tejados, el bosque y la corriente del río, que tiembla como una primeriza cuando Ana de Peñalosa llora envuelta en pétalos de rosas rojas.