miércoles, 21 de octubre de 2015

Cuaderno de tapas rojinegras \ y 45


La lluvia deja caminos de agua en la ladera, cauces tumultuosos que dan saltos infantiles sobre las rocas, que serpentean entre los árboles o que corren hasta quedarse sin aliento. Ofrece una prosa exuberante escrita sobre las hojas, sobre la arena, sobre las piedras; en cualquier parte su caligrafía brillante y húmeda atestigua su paso. Interpreta melodías de exquisita belleza, el goteo de un canal de desagüe en el tejado, el murmullo nervioso de un torrente o arrullo de un arroyo por el prado. Hay que leer la lluvia con devoción de discípulo. En ella uno aprende a pasar inadvertido.