No siempre las imágenes son
necesarias. El mejor teatro se escribió como un arte para ciegos. «Por allí se
acercan las huestes, qué caballerías, qué nube de polvo levantan en la
llanura», clamaba el actor en el escenario y cuanto se decía se convertía en
visión. Dos actores eran capaces de interpretar un ejército mastodóntico. El
cine tiene un defecto. En todo momento ha de proyectar imágenes. Tantas que los
directores se especializan con empeño el arte de la obviedad. «Un ejército»,
dice el actor, y la imagen muestra cientos de extras ataviados como soldados.
¿Qué se gana con verlo?