Cada uno de los ciento cuarenta y
cuatro pasajeros pasó a un metro del copiloto. Durante el embarque la puerta de
cabina permanece entornada, o abierta; entran y salen técnicos del aeropuerto.
Algunos viajeros echan un vistazo. Suelo hacerlo. Miro la cara de los pilotos,
casi siempre sonríen. El copiloto no debió de ver a nadie, ensimismado como
andaba. Detrás de él, tampoco a su lado, no supo mirar a nadie. Solo su
tragedia importaba: el globo desinflado de la ambición. A quienes no estábamos
dentro del avión nos queda una duda: ¿el ensimismamiento fue cosa personal o es
sociológico?