Es rubia. La piel muy blanca. Nieve recién caída sobre los prados, la piel. El cabello del color de los atardeceres de verano. No de los de ahora, de los de antes. Y alrededor de su cuello blanco, un lazo azul. Un collar, sí, tal vez. La melena, una red que atrapa las miradas. Su vientre, un óvalo perfecto. Sus manos son las mías cuando suelto el cabo y se desliza sobre la sábana del puerto hacia la bocana. El chapoteo de sus pasos cuando la impulsa el remo. Se llama Laura. Se llama Madonna Laura. Y está en venta.