En la plaza del Soho me besó. Fui a besarla, porque me dio la impresión de que era lo que tenía que hacer, pero ella se adelantó. El camino de la escuela a casa no pasaba, ni por casualidad, por allí. Con los cursos lo había ensanchado. Tanto que en aquella época recorría media ciudad de regreso. «Qué simpático» me había dicho. Era mayor que yo, bastante. Pelo largo, muy rizado, vestido de flores, gafas redondas. Yo, con el uniforme. Después de un elogio así, pensé que podía. Pero ella se adelantó y el Soho dejó de ser una plaza.