La niebla cubre la ciudad con su ceniza. Llueve sin ganas, casi por compromiso. Con idéntico estado de ánimo he salido a comprar algo para la cena. Al cruzar Margaret Street echo un vistazo hacia la calle. Algún borrón que se mueve y al fondo, en la avenida, el paso nómada de los autobuses, enganchados como vagones. Los faros de un coche se acercan. Me quedo en esta esquina, apoyado contra la pared. No se podría decir que vea algo, pero tampoco que no vea nada. Es raro. La lluvia va haciéndose con mi gorro, mi gabardina. Todo yo niebla.