En la pantalla aparecen dos tipos que discuten. Andan empatados en todo, en gritos, en amenazas, en sinrazón. De repente, uno de los dos saca una arma. Ese gesto tiene un efecto inmediato, el silencio. Se callan, se detienen, no parpadean. Los dos saben quién tiene la razón en la disputa. El que pierde el debate reacciona, da una patada, y el arma cae al suelo. Los dos la miran. No se miran, como antes, cuando se peleaban. La miran a ella. Quien la alcance tendrá la razón. Cuando alguien se acostumbra a este irrebatible argumento, ¿cómo prescindirá de él?