Los músicos lanzan sus colillas por el ventanuco del camerino. Cogen sus instrumentos para ir en busca del do. Un pequeño caos sonoro se escapa por las grietas de las viejas puertas del teatro. Un muchacho rubio, estudiante de flauta a ratos libres, por los pasillos grita los minutos que aún tiene la orquesta para arreglar sus pajaritas. De un momento a otro el inmenso espacio de la platea será conquistado por una nube sonora. Irresistible. Algún rezagado molesta, al dirigirse a su butaca, a quienes ya la aguardan. Un coro de toses ameniza la espera. Ojos expectantes. Furtivas caricias.