Las he visto sobre la mesa atestada de un escritorio, en la cueva que dio
refugio a un santo, junto al árbol azotado por el viento. Son campanas que
anuncian el único final. Sombrías calaveras que un día sonrieron ante un manjar
o suspiraron tras una caricia. Su recuerdo era condición durante mi juventud.
La vieja que al anochecer recorría las calles a oscuras anunciando la tiniebla
lanzaba los cuerpos sobre los cuerpos. Que aguarde era la mejor noticia. Mi
juventud. La muerte le daba vida. ¿Y ahora que se muere la muerte? Saldré al
jardín y admiraré su inanidad.