La tarde de verano se tiende sobre las huertas con su túnica de esmaltes dorados. El jazmín engalana el aire, como negándose a que la oscuridad que asoma oculte su belleza. Los vencejos han cesado su carrusel aéreo y el cielo ha quedado sereno como el agua del estanque. Los mosquitos cosen su delicada puntilla sonora alrededor de la sombra del mulo. En una cesta de mimbre, olvidada sobre la mesa, colorean unos tomates maduros, brillantes. Al lado, desde unos higos negros en un plato parece que nazca la noche. El encalado de la casa guarda silencio. Truena un insulto.