Ya en La
sentencia de las armas (2007), un estudio sobre la Ilíada, Eduardo Gil Bera (1957) atribuía la Odisea a un seguidor de Homero de la generación siguiente. Ahora
concreta el nombre del discípulo y las circunstancias de su escritura y de su
edición junto a la obra del maestro. Gil Bera resuelve de este modo un
rompecabezas, mosaico descompuesto por el autor de la Odisea con la esperanza de que alguien, poco después, lo rehiciera.
Pero desde el 581 aC nadie ha sido capaz de encajarlo hasta el presente. Y el
lector lo vive con intensidad casi policíaca.