Al astro orfebre de los crepúsculos de verano le
he preguntado si no lo hace por acercarse a los jóvenes que en ropa deportiva acumulan
cascos vacíos de cerveza en el pinar. Su luz de albero dora la indolencia de
los bebedores, ¿lo que querrías no es sentarte en su corro —insisto— a hablar
para no decir nada? Mi oficio, me explica, es solo alumbrarles. El novelista
eres tú, a ti te toca deslumbrarles. ¿A mí, si ni siquiera me leen? Pues pasemos
de largo los dos si la noche, que les es propicia, nos excluye, sentencia. Y se
va.