Una mesa, un ordenador, un póster en la pared y un empleado, eso era todo en el local que una aseguradora tenía en la calle Córcega. Tal vez no necesitara más para vender miedo. Pero los negocios cambian. Hoy paso y veo que han abierto una corsetería. Aleluya: algo que mirar en ese instante del recorrido. Me llaman la atención los maniquíes, aunque carezcan de cabeza, brazos y piernas, dan la impresión de no hacerle ascos a una buena paella. Luego las fotos, el anverso de la anorexia. Y lo comprendo. Quieren vender sujetadores a mujeres reales: otra vez aleluya.