A: sé de tu afición a cambiar de casa constantemente. Llegas a un piso, sales al balcón, y cuando sientes que los libros reposan plácidamente sobre los anaqueles, te incorporas: ¡otra mudanza! Peor fue cuando decidiste cambiar de dirección electrónica. Eso sí que me tuvo al borde del histerismo. Cada diez minutos una nueva. Había que correr a responderte porque si me demoraba, el mensaje no te encontraría nunca. Menos mal que sosegaste aquel ímpetu y lo encaminaste hacia la realidad. Ahora, felizmente, veas lo que veas por la ventana, la pantalla del ordenador se abre en el mismo enlace.