lunes, 28 de septiembre de 2009

«Noviembre», de David Mamet, en el Teatro Goya (díptico)






Lo obvio: espléndida selección y dirección de actores, están estupendos; y lección técnica de Mamet, que empieza en situación de clímax y va subiendo y subiendo lo inaudito hasta extenuar al espectador. Más interesante será fijarse las sombras. Noviembre se construye en paralelo a American Buffalo, y en esta comparación —sugerida por la propia obra— empiezan las dudas. Primera: en American Buffalo actuaban personajes —singulares, intensos, redondos, diría Foster—, cuyas únicas referencias eran su sórdida vida. Quizá fuera una imagen de la América urbana y escondida; pero la obra era un auténtico poema de amor en mitad del vertedero.
(2)
Los personajes de Noviembre se deben a la farsa que interpretan, no a sí mismos. La virtuosidad de Mamet dándole vuelta a los argumentos exige que sean no sólo planos, sino unívocos en diversos niveles simultáneos: prodigio técnico, sin duda. Sin embargo, el teatro pierde; gana el espectáculo. Segundo: American Buffalo arraigaba en la realidad más profunda de los individuos y de la sociedad; Noviembre navega sobre la espuma de las contingencias políticas (todas locales y todas comprensibles, por cierto). Aquélla entroncaba con la gran corriente del realismo norteamericano; ésta con el costumbrismo. No va más allá. El espectáculo arrasa.