Somos un puñado de arena en los bolsillos de la muerte
José Antonio Padilla
Un domingo premonitorio del verano, escribo mentalmente sobre el día en el que llego a Málaga. Así confiado, abro el periódico y me derriba el mismo helor elegíaco de este invierno. José Antonio Padilla, un poeta joven de quien sabía que estaba enfermo, ha muerto. Sus amigos me informan: en junio sufrió un pequeño ataque, no parecía lo que fue. No necesito contar. En la misma oscuridad entraron dos escritores que admiraba, Raúl Ruiz y Javier Lentini, durante nueve meses. Los tres —«Debajo de mi insomnio / parece que hace guardia un coche fúnebre», escribió Padilla— dieron a luz su sueño.