Junichiro Tanizaki (1886-1965) sumerge al personaje en un pequeño laberinto de citas de libros clásicos japoneses —como acostumbra— con la intención de que proporcione perspectiva y profundidad al presente de una época trivial. Pero una vez trazada esa vía culturalista y erudita para la contemplación del paisaje, un encuentro fortuito le descubre una inesperada y trágica historia de amor —extraña felicidad de tres personas que se brindan su mutua castidad— que empieza cuando el desconocido recuerda las palabras de su padre: «Vámonos, hijo mío, me dijo, te voy a llevar a que veas la luna». Y le enseñó su corazón.