Me llevo a la playa un libro de Germán Gullón sobre crítica literaria. Su razonamiento zigzageante, cuántico, obliga a reescribir lo leído constantemente. Al sentarme en la arena veo un cabo de sedal. Hubo un tiempo en el que amaba la crítica y citaba a Benjamin. Ahora la equiparo a una exposición de botijos. Es cierta la denuncia de Gullón: la literatura se privatiza. Tiro del sedal y aparece el anzuelo enterrado, amenazante. Uno veía a un pescador y decía: «Un buen hombre». La desidia y el desprecio del espacio público (¿su privatización?) lo convierten en un… (cualquier blasfemia sirve).