Nunca he robado rosas en las tapias de un cementerio. Nunca he alzado la mano para arrancar una naranja en un jardín. No lo he hecho porque no se me ha ocurrido: ¿para qué querría una naranja? O porque no tenía una navajilla a mano, quizá. Aunque posiblemente no haya cortado rosas para no enfrentarme a la idea. Siempre he sido así de pánfilo. Ahora lo sé porque dos veces por semana arranco brotes de zarza en caminos y taludes para alimentar los phylliums que hay en casa. Tijera en mano, me preguntó: ¿a quién le estaré robando esta zarza?