En Nocilla Dream los fragmentos fugaces (planetarios) pendían como zapatos abandonados del árbol solo en mitad del desierto. Era el símbolo que sostenía la novela, y aunque no se supiera de qué era símbolo exactamente, o aunque fuera símbolo de nada (exactamente), su formalidad (de símbolo) presidía la intimidad de las historias (fugaces). En Nocilla Experience ya no hay árbol sino diversas azoteas de solitarios urbanos que acaso repitan la imagen (idealizada o descriptiva, no lo sé) del propio escritor [manierismo primero]; los fragmentos (a veces menos fugaces y menos planetarios) surgen porque sí, sin vínculo sutil que los enlace
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[manierismo segundo], y las historias avanzan hacia su distorsión, su hipérbole, su extravagancia de megalópolis tecnológica [manierismo tercero]. Todo ello es, sin embargo, un mérito de Nocilla Experience. Al cerrarla veo clara la diferencia entre la novela experimental (que refleja la percepción de un individuo en un ejercicio de soledad estilística) y la novela contemporánea (que describe el modo cómo el presente —o el futuro inmediato— transforma la realidad). Los manierismos, los tres, no son patrimonio de la novela; lo son de las sociedades occidentales. Como novela contemporánea el peligro que le acecha no es la ininteligibilidad, sino el costumbrismo.