lunes, 25 de agosto de 2014

«Los desarzonados», de Pascal Quignard



Tiran la soga de un portal a otro. De un lado empieza uno cavando un hueco en el suelo con el tacón del zapato, a coces, mientras el otro se limita a echar un poco de arena por encima. Y es lo que hacen. El trote ya se anuncia en los adoquines de la plaza, luego el conde encara el callejón donde le aguardan. Al tensar la cuerda que interrumpe el paso, caballo y caballero caen a tierra. Cuatro sombras, dibujadas en negro con una gota de pintura dorada para la daga que blanden, se arremolinan sobre un mismo cuello.

Solo un quinto hombre, embozado en el portal y en pie, despide al conde con una blasfemia. El caballo da un respingo y se levanta en el acto. Tras menear la cabeza hace un asomo de relincho, pero se entretiene en soplar unas pajas. El caballero desarzonado aún tiene tiempo de expulsarse de una palmada la arena en la culera del pantalón antes de que su camisa se tiña de luz púrpura. El sombrero, que como el de Lanzarote había lucido una pluma por el abrazo de la Reina Ginebra, se revuelve por el lodo, con las dos plumas pisoteadas.

domingo, 24 de agosto de 2014

«Livro de afectos», de Rui Caeiro. Edición del autor, 1992



El título, que me sedujo desde que lo vi en una bibliografía, nombra la sorpresa. Entre la madre —primer afecto— y los libros aún no escritos —el postrero— están presentes todas las variaciones del amor y de los amores (o amoríos). Se agradece que en ese recorrido haya poemas, de una ternura estremecedora, dedicados a las prostitutas del Bairro Alto, en Lisboa, insignes docentes en la educación sentimental de la época. Y en medio, poemas memorables: una última carta a un amor recién inventado, el encomio de los borrachos, los autorretratos. Los afectos: la estela de los amores que partieron.

sábado, 23 de agosto de 2014

«Poesía reunida», de Philip Larkin, en Lumen


Philip Larkin el día 30 de septiembre de 1982

Te miro con indiferencia, Poesía reunida de tapa dura. Llegas tarde. Aunque te compre, ya conozco los títulos que juntas. Los he buscado. Y he temblado al conseguirlos. Estos y aun otros, en prosa, que apenas puedo leer. Oí hablar de lo que publicas, volumen, en 1983, en una clase de Magalhães. En Lisboa. Ahí memoricé un verso, What will survive of us is love, como quien entona el estribillo de una canción. Quisiera decirte más cosas gratas, pero no puedo. Por uno de tus libros perdí un amigo. No dije en el periódico lo bien que te había traducido.

jueves, 21 de agosto de 2014

«Los puentes de Wheat City», de Joaquín Galán, en Cálamo


A veces, quien lo ha cruzado se encuentra al mismo tiempo a uno y a otro lado del puente que salva el río. De este desdoblamiento trata el libro de Joaquín Galán (1940). Un ronquido en el lecho donde duerme solo lo delata. O una visita que recibe el que llama a la puerta. El ser «sucesivo» que en el curso del tiempo se ha sido, y se sigue siendo en algún rincón ignoto de ese cauce: «Un ser que, desdoblado, / en cada sueño vive por igual». La sombra que se levanta al lado de quien acaba de caer.

martes, 19 de agosto de 2014

«La víspera», de Rodrigo Olay



La víspera. Esa emoción. O tal vez, esa espera. Ambas unidas en una poética: «Un poema es poema / si puede acompañar —si recordarse— / a quien sabe que ya es breve su tiempo». Lo que empieza y lo que acaba junto. De eso habla este libro. Del amor que arranca para no acabar nunca y de los días en ciudades con mar que se reviven señalados por el círculo más breve, como las cumbres en los mapas. De quienes han muerto, también, y con su muerte dejan apuntado un camino. Lo que va a ocurrir. Siempre víspera, presiente Rodrigo Olay.

lunes, 18 de agosto de 2014

Carmen Pardo, «La escucha oblicua»



De John Cage se publican registros magníficos. Una nueva generación de intérpretes descubre en sus obras incluso la belleza y la emoción que las ideas del compositor negaban. ¿Y estas? Son un legado que vale la pena conocer y admirar, a lo que ayuda el libro de Carmen Pardo, ahora que se pueden contemplar como un paisaje en el tiempo. Felizmente ya no hay contradicción en admirar el sendero hacia la nada de Cage y componer música consonante, pintar figurativo o escribir con emoción. Solo hay algo más inútil que negar la belleza de una utopía, seguirla a pie juntillas.

sábado, 16 de agosto de 2014

LITORAL nº 257 «El árbol. Poesía y arte»



Un árbol, cada árbol, se yergue como el manuscrito fundacional de una civilización desconocida. Pasan junto a él, a veces, sin percibirlo. Sin leer su intrincada caligrafía de designios. Los poetas, nunca. Descubren en cada árbol el árbol que esconde. Lo abrazan. Desentrañan con infinita paciencia el sentido de cada una de sus ramas. Frases que han grabado los sueños de un tiempo al que desean pertenecer. Acarician su piel áspera de animal viejo que de repente se convierte en tersura para las manos. Bajo su sombra escriben. Y las palabras que ahí le entregan nutren la feracidad del árbol.

jueves, 14 de agosto de 2014

«El librero de Cordes», de Fernando del Castillo Durán



La novela es prenda de talla única. Mejor, zapatos de un solo número. Recipiente en el que cabe la materia y la antimateria —literaria—. Fernando del Castillo (1961) lo sabe bien. Ha escrito una novela de género, de muchos géneros revueltos —el misterio, lo hermético, lo policial, lo sentimental—, entrelazados por su antídoto, la ironía. Cuenta una historia tan contenida como desbordada. Un torrente que se remansa en conversaciones que iluminan dentro de los personajes, en datos eruditos, que de repente se despeña por el acantilado narrativo de los acontecimientos. Ofrece una puerta secreta para salir del tiempo.

martes, 12 de agosto de 2014

«Ubi Sunt», de Manuel de Freitas



No es un título unitario sobre el dolor de las ausencias, sino un libro troceado donde las pequeñas y caóticas pérdidas son incapaces ya de aumentar el sinsentido que es la vida y solo ofrecen al sujeto la más indigna e irreconciliable de las opciones, asentir ante la desaparición. De ahí que el único sentido posible ya solo sea el que apunta un lacónico poema, cuyo último verso sea acaso el emblema del laconismo que cifra el lacónico dictado de Ubi Sunt: «Ahora es más sencillo: me despido». La vida como despedida de la vida, la paradoja del Ubi Sum.

domingo, 10 de agosto de 2014

«El teatro de la luz», de Juan Vico



A veces el espejo refleja a quien se mira como alguien con sombrero que entra en una taberna de la que solo queda una frase en una novela. Bajo el brazo lleva una lata con cientos de metros de imágenes casi repetidas en una cinta. «¿Que quién nos narra?», pregunta desde la identidad que se le supone, enfrente, el personaje que reverbera desde la prosa reiterativa, minuciosa, elíptica de Juan Vico (1975). El cine. El amor. La crónica de una imposibilidad. Acaso, de una indiferencia. La de quien sostiene el calidoscopio al revés y mira para verse en él astillado.

viernes, 8 de agosto de 2014

«Sobre a nossa morte bem muito obrigado», de Rui Caeiro (1989, reeditado en 2014)



«Tejido en carne viva», escribe Rui Caeiro en un aforismo con rotundidad de poética, «—único lugar donde verdaderamente da gusto escribir». Sus variaciones sobre el asunto del morir parecen, antes que escritas, conversadas entre amigos. El hilo con el que teje la lengua poética brota en fuentes coloquiales, pero recoge aguas de pensamiento y de sensibilidad en su cauce. La obsesión, siempre, es encontrar un punto de vista no usado desde el que pensar sobre lo que piense. Entre dos polos que atraigan ideas, Rui Caeiro huye siempre de los dos. Entre angustia y alegría, elige la salsa agridulce.

martes, 5 de agosto de 2014

«Melancolía y suicidios literarios», de Toni Montesinos


La melancolía es una mariposa cuyas alas desprenden ceniza sobre una hoja en blanco. Quien la piensa, como Toni Montesinos en este libro, sopla las pavesas que, al desaparecer por el aire, dejan un tenue trazo negro en el papel, un garabato apenas, una mancha, nada en lo que se pueda leer algo. Las mismas limaduras que quedan caligrafiadas en el cuaderno que tuvo entre sus manos el suicida. La mariposa muerta, comida por los insectos. Escribir tiene algo de haber fallado, de «herido por el rastro de su sangre», como dijo Chateaubriand. De vida póstuma, de flor que aguarda.

domingo, 3 de agosto de 2014

«La grande vie», de Christian Bobin



Escritas con letras de arena sobre una traviesa ferroviaria, las cartas de Christian Bobin son el tren que circula por esa vía. Idéntico al viento que cuela la ventana abierta y baila una música silenciosa con la cortina que, enloquecida, salta sobre el escritorio. Las cuartillas, también, que así empujadas su vuelo desordena sobre los muebles y el entarimado. Lo que desaparece sin exigir comprensión, resultados, prosa. Lo que cura aquello que ha de curar la herida. La vida verdadera. Recibo una carta de Christian Bobin. No trata sobre nada, un poema no es más que un cuenco con agua. 

viernes, 1 de agosto de 2014

«W Sonatas», de Jorge Grundman (Tríptico)



Las palabras de un poema tienden a disgregarse en melodía en la misma proporción que las notas de una partitura se anudan para evocar un significado. Se llama arte a esta conversión de la materia en otra naturaleza. Las Sontas W de Jorge Grundman (1961) convocan la capacidad emotiva del violín junto al don perifrástico y juguetón del piano con el propósito de dar nombre a los episodios biográficos que el oyente mantenga aún huérfanos de armonía. Más que estados de ánimo, la música figurativa y pletórica de sentidos de Grundman sugiere impulsos. Una música de baile para el alma.

«Lo que inspira la poesía», la primera Sonata W (What Inspires Poetry), es una pieza desalentada. El título evoca, quizá, la carencia de la que parte todo poema. La página vuelta de un cuaderno que traspasa en su vacío el rastro de tinta de lo escrito. O, tal vez, la construcción en el pensamiento de aquella ausencia. Grundman dice que está compuesta «sobre una perspectiva bucólica». Y los sonidos emparientan, sí, con el acento melancólico de Garcilaso. Los días —los sonidos— se entrelazan para moldear siempre una ausencia. Un desamparo. El gozo, también, que dejó atrás lo que no está.

«Warhol in Springtime» echa a correr. Cuesta abajo, el piano; dedos que se persiguen en los glissandi. Cuesta arriba, el violín; su anhelo de transformarse en suspiro. Es repetición, también, delirio. Música que sujeta con las manos el dobladillo de su falda, la levanta y muestra la flexión cristalina, casi agua, de las piernas al danzar. «White Sonata», la tercera obra, se sienta en la butaca del costado que incomprensiblemente quedó vacía y mientras se deslizan los acordes va contándole episodios, anécdotas, acontecimientos de una infancia al oyente —sin que nadie les chiste— que dan nombre a su propia infancia.