viernes, 30 de enero de 2015

Becqueriana / 62


La cocina, un rectángulo lleno de milagros. La fuente con frutas. El tarro de la miel. El bote del café molido. El plato con galletas de avena. La panera con las rebanadas recién cortadas. El recipiente con membrillo. Una ventana al patio. La dicha recuerda lugares más hermosos para ubicarse, sin pensar que la humildad suele ser más generosa. Desde la cafetera se desprende un aroma que invita a conversar con alegría. En la bandeja las formas del bizcocho de chocolate imitan a la perfección la felicidad. Una palabra que guardará la servilleta donde se registra el prodigio del momento.

miércoles, 28 de enero de 2015

Becqueriana / 61


Las manos siempre han querido ser pájaros. Ya no solo ala de ave, sino ellas mismas, en sí mismas, pájaro. Conocen las manos las ondulaciones, el fluir en el aire, la dicción de los vientos, la respiración de los pájaros. Y aspiran a serlo. También saben posarse como pájaros. Sobre el hombro, con precisión; sobre la cabeza, con dulzura; sobre los labios, con delicadeza. Saben alanzar la rama y agitarla un instante casi imperceptible cuando se posan, ese estremecimiento que se siente cuando las alas de la mano rozan la mejilla, acarician el cuello, caminan por la espalda. Ese pájaro.

lunes, 26 de enero de 2015

El pabellón dorado [6]


Una manzana es el chasquido de la carne jugosa cuando hincan los dientes en ella su voracidad. La tersura en la mano que la ha acerado a la boca. El aroma ácido a tierra que desprende. Es la tarde remansándose y alrededor una bandada de estorninos al posarse en las ramas del eucaliptos más alto. Un lápiz también puede ser una manzana, se dice. Si al dibujarla el rumor del grafito sobre el papel se condensa en una imagen que carecerá de cuanto convierte en manzana una manzana. Quizá también lo sea. El papel cruje, es terso. No es jugoso.

viernes, 23 de enero de 2015

El pabellón dorado [5]


La oscuridad es el envés de una visión. Es la visión concebida como atmósfera. Como líquido. Como humo. Como sima. Es el interior de un envoltorio. El relleno de una tarta que aguarda en una repisa del obrador. Lo que se transporta en un baúl que recorre la línea ferroviaria apilado junto a una ventana. Que no contempla. La parte rugosa del tapiz que no trasluce los tintes. Donde están anudadas las costuras de lo real que la mirada no ve. La negrura de los ojos que la ven. De los ojos que solo acceden al dorso de la claridad.

miércoles, 21 de enero de 2015

El pabellón dorado [4]


No hay más lugar que el que alcanzan los dedos a desentrañar. La piel rugosa de los revestimientos. La aspereza de las paredes donde la pintura se ha ido secando en su correoso noviazgo con el tiempo. Las maderas cuya suavidad busca compañía. Quien deja la mano sobre la mesa de nogal, quien acaricia el abedul de las molduras de la silla. La impresión fría del cristal, su seductora perfección de realidad superpuesta. La rugosidad desengañada del barro. El puchero, el cántaro, las orzas. Cuando palpar es conocer, el horizonte está concentrado en la materia. No hay ideas, solo asimiento.

lunes, 19 de enero de 2015

Arnaldo Calveyra. Una elegía


De estudiante, en La Plata, —le escuchaba decir a Arnaldo— acudía todos los fines de semana a Buenos Aires, me alojaba en casa de Carlos Mastronardi y pasábamos los días hablando y paseando. Y al poco entre sus palabras se deslizaban detalles de las avenidas en las que caminaban, los parques por donde cruzaban, las luces de la tarde sobre las aguas del Río de la Plata que acompañaban aquellas interminables conversaciones evocadas. Las palabras ya no estaban, hacía muchos años que habían prendido sus simientes. Y ya eran otras. De aquel tiempo quedaba solo el reflejo cárdeno del aire. 

No sé si entonces me extrañó o no que mencionara aquellos detalles. Pero ahora, cuando pienso en Arnaldo reaparece la puerta del hotel, la luz de una mañana primaveral en la acera donde alguien me lo presenta, la ruta que seguimos después por Barcelona y las calles que le muestro y me descubre descubriéndolas. También las de su barrio en París, estrechas y coloristas. Las sillas de mimbre con vistosas almohadillas donde nos sentamos a tomar un café. Cuando levanta la vista y señala el balcón de un primer piso y dice: ahí murió Verlaine. Y lo contemplamos con emoción.

[Diario de un inicio]

viernes, 16 de enero de 2015

Cuaderno de tapas rojinegras \ 32


Viernes. El aleteo de una paloma que se despide del sopor de la plaza. La lámina de agua que se vierte por encima del mirador del estanque tras la lluvia. El ciervo que asoma curioso la cabeza un instante entre los arbustos antes de desaparecer. Habitar un viernes. Cucharada de miel en la infusión de hierbas de la tarde. Nube que brinda su blancura a los delirios cromáticos de un sol senil. Dedos que modulan sobre las teclas blanquinegras del piano una melodía cuya partitura fue escrita por el deseo. Hoy es viernes. Todo lo dice. Claro de bosque. Ensenada.

miércoles, 14 de enero de 2015

Cuaderno de tapas rojinegras \ 31


Esquinas, rincones, recovecos. Los lugares. Universos en miniatura. La mesa de la cocina. El tronco de la acacia. La marquesina de la parada del autobús. Cada lugar con su memoria, el relato de una conversación, de una caricia, de una mirada. Los lugares humildes, casi sin historia, sin prestigio. Son los que se eligen para permanecer, para charlar, para quererse. Se impregnan de una historia, una memoria y ofrecen su gratitud, su no pedir nada a cambio, su hacer sentir tan a gusto. Los lugares minúsculos, donde la época no se detiene. Ni siquiera los mira. Los propios, los inolvidables.  

lunes, 12 de enero de 2015

Becqueriana / 60


Cabellos repeinados con gomina, almidón en el traje, brillantina en las mejillas. Los músicos suben al escenario. Susurros en el micrófono —sí, sí, ¿se oye?—, algunas notas desparejadas, toques de baqueta en la caja, temblor de platillos y un golpe en el bombo. Repentino silencio en la mano elevada del pianista. Cuenta: uno, dos, tres. Y la orquesta del atardecer arranca su bolo de viernes noche para los dos únicos bailarines sobre la hierba del jardín. Con el vestido que más admira, ella; con la camisa de lino que le gusta acariciar, él. Descalzos, los dos. La noche, mirándolos.

sábado, 10 de enero de 2015

Becqueriana / 59


Lo mejor del día es cuando dejamos que nos hable la tarde. Que nos cuente el arroyo su vida nómada, la antigüedad mineral de su linaje, sus altas aspiraciones. Y lo haga con sonidos tenues, casi cansados, mientras le escuchamos, devotos siempre de los lienzos que pinta a cualquier hora con pigmentos desprendidos de la luz. Que nos reciten los peces de colores saltarines los poemas que aprendieron de memoria siendo alevines, cuando serpenteaban entre juncos. Que nos descubra la piedra de suave tacto su corazón enamorado. La paciencia con la que aguarda que la crecida la empuje. Y acerque.

jueves, 8 de enero de 2015

M \ 1000 \ Mil \ 千


(Al principio esta entrada era una aspiración. Un mito. Soñaba con lo que escribiría. Luego, conforme se acercaba, se convirtió en un lugar donde llegar. Era un final posible para una escritura que, por carecer de trama, andaba en su busca. La convención de un libro, unas páginas, una cubierta que se cierra sobre ellas. Un espejismo. Ahora ya sé que la reflexión soñada o el punto final carecen de sentido. Lo que anima estas palabras no es un argumento, sino un fluir. No acabarlas es su forma de irse consumiendo al paso que se apaga lo que las alienta.)

martes, 6 de enero de 2015

El pabellón dorado [3]


¿Ese ruido, madre?
El viento. Lo trastorna todo.
No, el viento ya lo oigo. Digo el chasquido.
¿Cuál? Hay tantos. Lo aturrulla todo el viento.
El tris tris.
¿Serán las cañerías al pasar el aire?
No, eso lo conozco. Es como un rechinar, en grande.
¿Dónde lo oyes?
Hacia la izquierda. Por allí.
Ah, no es nada. Una bolsa que se ha quedado atrapada en la verja.
¿Una bolsa? ¿Qué tipo de bolsa?
Una bolsa de plástico. De las que dan en las tiendas.
Sí, lo veo.
El viento la empuja y el alambre la frena.
¿Tantas bolsas hay perdidas?

domingo, 4 de enero de 2015

El pabellón dorado [2]


Lo que huele tiene también corporeidad. La rebanada de pan que se tuesta en la lumbre, el calor que vierte como una fuente la cafetera, el barro endurecido de la taza. El desvelado crea imágenes con aromas. El de los cuerpos que llegan del campo, el de los que salen el domingo por la tarde hacia el baile. Moldea volúmenes con fragancias. La acidez de las naranjas y de los limones, el dulzor de las fresas, lo floral de las manzanas. La salinidad que revolotea en el aire cuando el mar se encrespa y acaba por discutir todas las ideas.

viernes, 2 de enero de 2015

El pabellón dorado [1]


Rota contra el suelo la tinaja de la luz, en su derramarse la oscuridad se ensucia. Se encharca. La araña recorre la silenciosa geometría del aire donde la polilla no ha desistido aún de aletear. El gorrión se limpia el flanco con el pico, pero son las hojas de la enredadera las que se agitan. El perro le ladra a las sombras que bosqueja el lápiz del amanecer. Una bolsa de plástico regresa a estas horas abrazada al viento y dando traspiés de alcohólica. El insomne traduce a su nada las impresiones que le alcanzan. Lo que le habla existe.