domingo, 27 de abril de 2014

Canción de cuna de la marea baja, 4


Las nubes prietas, grises, torpes —se diría— filtran en el aire sin embargo un fulgor cobrizo, óxido de estatua ecuestre sobre el pedestal de granito. Tanta oscuridad en el cielo parece que agolpe también en la cabeza su hollín pelirrojo y la despeine. Que la atribula, seguro. ¿Dónde habré puesto la navajilla que había dejado sobre estos cabos recogidos? El mar, tozudo como pizarra, encabrita por debajo. Arremete de malas maneras. Desasosiega con la filosofía de un demente. ¿O se quedó en proa esta mañana cuando icé los foques, la navajilla? Con la que escribo mis días. Analfabeto me deja.

viernes, 25 de abril de 2014

Canción de cuna de la marea baja, 3


Mis sentimientos no se marchitarán nunca, le dijo, y la brisa que soplaba hacia el mar se llevó las palabras. Quiso atraparlas e hizo un gesto rápido, brusco, como el de quien descubre un mosquito al acecho. En ese momento imaginó el jarroncito de vidrio con incrustaciones doradas donde las colocaría, sobre la mesita de noche. Se vio a sí misma cambiándoles el agua cada día para que jamás se amustiaran. Incluso se le pasó por la cabeza la idea de echarles, a diario, una aspirina. Las imaginaba una revolución perpetua. Pero las palabras, literales, ya flotaban sobre las olas.

miércoles, 23 de abril de 2014

Canción de cuna de la marea baja, 2


No debería estar aquí sentado en esta silla, sino ahí afuera, vigilando el piso franco donde llegan los fardos de lo que luego sale en bolsas. Perfectamente sé que no se puede ser ladrón y policía al mismo tiempo, pero me gusta venir a este comedor en apariencia tan inocente y sentarme a la mesa y esperar a que la vieja que lo habita como tapadera me traiga un café. Tampoco creo que sea cosa de dinero. El dinero llega y se va. Es otra necesidad más íntima. Sin doble vida, sin el filo permanente, sin errores, quién siente vivir.

lunes, 21 de abril de 2014

Canción de cuna de la marea baja, 1


Cuando el cigarrillo que han olvidado en el cenicero se consume hasta la boquilla, se cae hacia atrás y rueda por la mesa hasta encallarse en el tapete de terciopelo. Un humillo asciende con trazo perplejo. La ventana abierta cuela el olor a gasoil quemado de la camioneta, enculada hacia la puerta. En el porche aguardan, uno encima de otro, los capazos negros con los escombros. Azulejos rotos, un espejo hecho añicos, ladrillos con pegotes de cemento. A un lado, puesto en pie, el termo eléctrico antiguo. Tuberías retorcidas por el suelo. Las puertas traseras del vehículo en marcha, abiertas.

sábado, 19 de abril de 2014

Becqueriana / 48


Suena la orquesta. Las flores que adornan el pabellón, pizpiretas trasnochadoras, miran a todas partes. La luna sonríe en el tragaluz. El coro de ancianas de la aldea ocupa sus sillas en el fondo de la pista. Polillas alrededor de una lámpara, los niños revolotean bajo el escenario. El celofán de colores con el que han recubierto las bombillas se despega con el calor y desvirtúa la atmósfera del baile. Los músicos a lo suyo. La cantante deja que la falda se le suba poco a poco. Cuando salimos a bailar la fiesta ha desaparecido. Ya solo existe la inmediatez.

jueves, 17 de abril de 2014

Becqueriana / 47


El papel sobre el que se escribe el primer poema del día es la luz de la mañana. La pluma de los labios, que ha sido cargada en el tintero de las caricias nocturnas, pronuncia las palabras que quedan grabadas en el aire, revoloteando como una bandada de pájaros cantarines. Un nombre, el que traza el horizonte. Los signos, los que señalan el río donde se bañan. Los ojos, fluviales, acogen la pureza y la abrigan con su humedad. Dibujan la alameda donde una tarde se acercó una mano a otra mano y quedaron así entrelazadas. La caligrafía cursiva del gozo.

martes, 15 de abril de 2014

Becqueriana / 46


Las calabazas condensan el silencio de los crepúsculos. Cuando las matas que las vieron nacer se marchitan, consiguen ver entre las hojas alicaídas la imagen del sol último antes de ocultarse por el horizonte y a su semejanza se moldean a sí mismas. Su forma abultada se redondea y el verde negruzco de la tierra se convierte en la luminosidad azafranada de la piel. El sueño del cielo les da identidad y dulzura. Nos hemos sentado en un mojón frente a un campo de calabazas. Admiramos la desprendida alegría. El descaro. Aprendemos de las calabazas a soñarnos mientras nos contemplamos.

domingo, 13 de abril de 2014

Contra el tiempo


Se le da más importancia al tiempo de la que quizá tenga. Como idea, muestra una concepción muy pobre. Como práctica, no pasa de ser un sistema de medición rudimentario. Se piensa que influye decisivamente en la vida de las personas, pero bien pensada no es esta más que una creencia que empobrece la vida. Hay aspectos más decisivos y determinantes a los que a veces no se les da ninguna importancia. Lo peor, sin embargo, de otorgarle privilegios al tiempo es que reduce cuanto se somete a su consideración. Siendo inagotable el vivir, el tiempo lo convierte en repetitivo.

viernes, 11 de abril de 2014

Contra el presente


Cuantas más noticias hay sobre lo que ocurre, menos me apetece conocerlo. Como si la realidad, en realidad, solo fuera un estorbo para descubrir la realidad. La espuma sucia que el cauce remansa en un recodo y es donde se está mirando al pronunciar la palabra río. Un país ideal, aquel en el que al cambiar de emisora en busca de mejor música no se comprende el idioma de los noticiarios. De repente, ese vacío le da sentido a lo que se vive. La información, una garrafa de licor barato con el que rellenar la realidad que no es real.

miércoles, 9 de abril de 2014

Becqueriana / 45


En una de las paredes de la sala hay un cuadro donde de vez en cuando entramos a pasar la tarde. Una mínima bahía, con una estrecha playa de piedras y una barca de pesca varada. La mañana de invierno se ha remangado la falda y se remoja los pies y las piernas, hasta las rodillas; el rostro de viejo pescador con pipa en la boca de las rocas la contempla con indiferencia. Buscamos en la acuarela una piedra donde sentarnos. Le subimos el cuello al abrigo, porque la brisa llega gélida, nos damos la mano y suspendemos el pensamiento. 

lunes, 7 de abril de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 13


Cualquier descripción tiene siempre algo de epitafio anticipado. El lugar que acoge y se dispone como un argumento que evidencia el vivir no es menos fugaz que una fecha. Se ignora mientras el lugar no se distingue de quien lo habita; bien porque se acabe de conocer, bien porque se haya residido allí de un modo prolongado. Pero si la ausencia aleja del lugar, el regreso ya no reconoce espacios. Solo existen ojos, entonces, para lo que no está. Únicamente lo que ha muerto se ve. Toda descripción es un ejercicio optimista —un espejismo de permanencia— que camufla una elegía. 

sábado, 5 de abril de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 12


La mediocridad tiene dos caras. Pongamos un tema sobre la mesa. Cualquiera. Cuatro personas alrededor. La primera enumera tópicos como si dijera aquello por primera vez.  Intervención espuria. La segunda les da la vuelta. Con humor. No es así, sino al contrario. Mejor, con chistes. Primera cara de la mediocridad, el iconoclasta. La tercera le enmienda. Guardián de las esencias. No recurre al tópico, sino a lo que, en la creencia consensuada,  es. Segunda cara. Queda una cuarta persona. Es posible que sea yo, que estoy en silencio. Miro a ambos. Y no veo que haya otra cosa que decir. 

jueves, 3 de abril de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 11


Compro en un puesto del mercadillo donde solo hay cerezas —hermosas, gordas, brillantes, apetitosas— un cuarto de kilo. La mujer recorta un pedazo de papel de estraza, hace en un instante casi de magia un cucurucho y lo llena con cerezas que elige de la parte posterior del montón que muestra. Me voy contento, feliz, ansioso por probar la delicia de los dioses. Pero abro el cucurucho y dentro solo hay un montón de cerezas, todas, sistemáticamente todas, podridas. Ni siquiera se me ocurre ir a reclamarlo: me ha regalado la más cruel de las metáforas por un precio ridículo.

martes, 1 de abril de 2014

Intemperie / 17


Al líder de un partido político la sociedad le pide que acalle las voces o gestos discordantes, que domine férreamente el pensamiento expresado por los suyos, que su voz sea la única que se escuche, que no se mueva nadie en sus filas. Cualquier opinión fuera del discurso oficial del partido se convierte en una acusación de debilidad en el liderazgo. Una simple controversia derrumba las expectativas electorales del partido. La sociedad, que se rige por un sistema democrático, exige a los aspirantes a gobernarla una incuestionable formación como dictadores en su partido. De hecho, suelen serlo. ¿No resulta contradictorio?