lunes, 29 de octubre de 2012

1952


A country road. A tree. Suena el chasquido de una cuerda que salta y sacude la mano del guitarrista mientras interpreta el primer acorde de la melodía. Una bruma oculta la charca desde donde llegan graznidos de cuervo. Cruza con una carpeta bajo el brazo y una cinta métrica entre los dedos el empleado de pompas fúnebres. Salta sobre el montículo espumoso de una flema que ocupa el centro. Una furgoneta se aleja. Vuelan partidas de nacimiento que desordena una corriente. Hacen cabriolas en el aire y aterrizan donde nadie las ve. Luz de retrete. Moscas. Toses en la platea.

sábado, 27 de octubre de 2012

Proustiana / 5


Los diarios de Ramon Dachs, este es el tercer volumen, buscan entreverar lo cotidiano y lo artístico. No se limitan a la mera anotación de lo sucedido. Su desafiante actitud propone, por una parte, la objetivación de la experiencia y, por otra, la sublimación de su capacidad visionaria (sobre todo para captar y capturar los cruces de significados latentes y ocultos que entrelazan realidades). Parece contradictorio, pero de lo que no lo es ya emerge muy poco. Solo enfrentando opuestos se descubren caminos por desbrozar. Dachs extrae la subjetividad a las vivencias y carga de sentido visionario los datos objetivos.

jueves, 25 de octubre de 2012

1831


—¿Vienen hacia aquí? 
—No, creo que han subido unos por Santo Domingo y otros por la Bola. 
—¿Son muchos? 
—Un batallón. Lo que traen de costumbre. 
—Exagerados. 
—Nos tienen miedo. 
—Si somos cuatro gatos. 
—Sí, pero no llevamos la munición a cuestas. 
—La encontramos allá donde pisemos. 
—Fíjate. Qué hermoso. 
—Tallado tan a propósito para una honda. 
—Para una mano si me apuras. 
—Y debe de doler cuando golpea la frente, ¿verdad? 
—Más que una bala. 
—Y debe de ahogar cuando se hunde en el pecho. 
—Seguro. 
—¿Y si impacta en el corazón? 
—Lo destroza. 
—Adoquín, te llamas Epifanio Mancha.

martes, 23 de octubre de 2012

1667


No te reconocía, mujer; no pienses mal, claro que estoy encantado de verte y saludarte. ¿También yo he cambiado tanto? No era más tersa y brillante la fruta del manzano que tu piel. (Ni lo es ahora menos la pieza que cae al suelo y asaltan los escarabajos). ¡Cuánto tiempo, Eva! Desde que nos desahuciaron y nos separamos solo he dado tumbos, trabajos eventuales, ya sabes, poca cosa, ¿y tú? ¿Que si me he casado? Quia, nadie ha querido cargar este saco de huesos, ni siquiera Lucifer. Aquí estoy. Esperando un plato de sopa recalentada de la beneficencia. Como tú.

domingo, 21 de octubre de 2012

Intemperie / 11



Leo que la última palabra escrita por Freud fue Kriegspanik,  quizá para nombrar el ambiente de guerra que percibía en las calles, donde sus libros eran amontonados en piras premonitorias. Era en 1939. Sesenta años antes Eça de Queirós lo contó así: el diablo se presenta ante un oficinista y le promete enriquecerle si toca una campanilla que matará a un mandarín en China. La toca. Kriegspanik: no hay diablo, ni promesa de riquezas, ni mandarines en China (si acaso, algún vecino), pero sí la campanilla en el velo del paladar a la que la lengua exaltada se aproxima. Toca.

viernes, 19 de octubre de 2012

Proustiana / 4


Claire, el personaje central de la última novela de Pascal Quignard, cumple cincuenta años en 2010. Es un día que hubiera preferido no ver amanecer. O que tal vez ya haya vivido, en la infancia. Un personaje es una metáfora, y si cumple años a nuestro lado, al brillar refleja alguna cara del prisma. Lo es, Claire, de la fuga hacia uno mismo. Parecen proustianas sus raíces. No lo son. Un abismo —un acantilado— los separa. Claire no encuentra nada en la dirección hacia donde huye. O acaso solo una nimiedad: el lugar. La landa. Un horizonte cruzado por cormoranes. 

Su hermano Paul, tampoco encuentra acomodo en la ciudad. Pero él es más joven. Puede sumergirse en la tecnología. Claire ni siquiera tiene subterfugios. Se ha fugado hacia la tiniebla de sí misma, donde no hay nada que reconstruir, nada que salvar. Nació tarde para las ideas igual que nació pronto para el consuelo de la electrónica. Ha vivido en tierra de nadie. La landa, el horizonte atravesado por los graznidos de las gaviotas desde donde solo se avista la niebla. En esa tierra de nadie vive. Una metáfora, el destello de un cristal del prisma. Su fuga. Su nada.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Intemperie / 10


Que la información se convierta cada día en una red más compleja —gracias a la calidad y valor de análisis, reflexiones y datos— tiene una curiosa contrapartida: el mínimo común informativo cada día es más simple e inane. Se pueden leer artículos magníficos en la prensa, pero la gente coincide solo en la última ocurrencia graciosa. Nadie se preocupa en exceso porque eso ocurra con la información. Ni siquiera yo. Pero más serio es extrapolarlo a la política. Las exigencias de la mayor complejidad del mundo y sus situaciones, ¿no nos dejan en manos de las ideas vacías y engañosas?

lunes, 15 de octubre de 2012

Proustiana / 3


Se sienta en un banco, a la sombra de un tilo, mientras por delante cruza el gentío que los días de fiesta invade el paseo. Le apetece cerrar los ojos y los cierra. No le importa, en este momento, que lo que vive no se convierta en ninguna vivencia. El ruido del tránsito, que ya no escucha, voces gritonas de niños y el espesor oscuro de sus párpados. Todo baladí, perdido aún antes de ocurrir. ¿Conseguirá así engañar al tiempo? Si deja de entregarle instantes, quizá este cese de acabar con ellos. No recordarlos será natural entonces, no una amputación.

jueves, 11 de octubre de 2012

Intemperie / 9


Miro la hora en la pantalla del móvil multiusos de alguien que viaja en el metro. Al pie de los números —las 11:46— veo unas nubes dibujadas. Es verdad, hoy está el cielo nublado. El otoño ha empezado con grises. En el metro no se ve, claro; pero la información meteorológica sobre el lugar y el momento en el que se vive parece redundante. ¿Es redundante esa redundancia? Si lo fuera, ¿por qué su insistencia? Cuando se recibe la información por pantalla de lo que se puede ver por la ventana es posible que lo redundante resulte la experiencia real.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Intemperie / 8


La racionalidad cartesiana agoniza. Se diría que la irracionalidad, el gran argumento del siglo XX, ha acertado en alguna de sus estocadas al aire. Es difícil creerlo, pero bonito. Mientras tanto, la racionalidad lanza bocanadas de sangre sobre un periódico abierto en el suelo por las páginas de política. Se diría que expira. ¿Y en su lugar, la irracionalidad? En absoluto. La irracionalidad desapareció hace tiempo. ¿Entonces? Aquella larva que entró en el sistema operativo de lo racional. Se llamaba interés. Se apellidaba propio. Es lo que queda. Utiliza apariencia de argumento, objetividades —espejismos—, ilusorias razones —mentiras—. Solo interés.

domingo, 7 de octubre de 2012

Proustiana / 2


No solo desaparecen los recuerdos, como si después de haberse hecho añicos se tiraran al cubo de la basura, sino también los sueños. No las ilusiones ni los deseos, que a veces están hechos de una estopa más resistente, sino las narraciones que a lo largo de los años se desarrollan de forma recurrente mientras uno duerme. Se van los sueños en los que buscamos dentro de un laberinto un lugar donde orinar. O los que nos devuelven al cuartel. Y aquellos en los que corremos con desespero por los pasillos de una estación a punto de perder un tren.

viernes, 5 de octubre de 2012

1746


Las he visto sobre la mesa atestada de un escritorio, en la cueva que dio refugio a un santo, junto al árbol azotado por el viento. Son campanas que anuncian el único final. Sombrías calaveras que un día sonrieron ante un manjar o suspiraron tras una caricia. Su recuerdo era condición durante mi juventud. La vieja que al anochecer recorría las calles a oscuras anunciando la tiniebla lanzaba los cuerpos sobre los cuerpos. Que aguarde era la mejor noticia. Mi juventud. La muerte le daba vida. ¿Y ahora que se muere la muerte? Saldré al jardín y admiraré su inanidad.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Feliniana

Mientras camina sobre el muro, su figura se recorta oscura contra la luz del poniente. Sus pasos siguen un ritmo que ya no se entiende en el mundo, ebrio de velocidad. Sus ojos determinan la geometría del silencio de quien se acerca. Superviviente, acaso, de alguna antigua catástrofe devastadora, escruta y comprende el sentido de los movimientos que le rodean. Se detiene ante ellos, los husmea y solo restriega su lomo en piernas que le recuerden la corteza del árbol donde fue concebido. Entonces su ronroneo casi feliz y casi alegre emerge de las entrañas de la tristeza. El gato.

lunes, 1 de octubre de 2012

1939


Hay lugares ya para mí incomprensibles. El cesto de la ropa sucia, por ejemplo. Eras un pequeño huracán que de vez en cuando se colaba en la vitrina para hacer añicos las copas de cristal de bohemia. Su silencio relumbra ahora cuando les alcanza un inútil rayo de luz. Y cuando dejo en el cesto mi camisa usada, cae sobre la camisa del día anterior. Hay lugares para mí ya insoportables. El parque infantil. Los cines de verano. Un carromato con payasos dibujados. Y hay, también, una palabra que no pronunciaré aunque la oculten todas las palabras que escriba, Antonietto.