lunes, 28 de septiembre de 2009

«Noviembre», de David Mamet, en el Teatro Goya (díptico)






Lo obvio: espléndida selección y dirección de actores, están estupendos; y lección técnica de Mamet, que empieza en situación de clímax y va subiendo y subiendo lo inaudito hasta extenuar al espectador. Más interesante será fijarse las sombras. Noviembre se construye en paralelo a American Buffalo, y en esta comparación —sugerida por la propia obra— empiezan las dudas. Primera: en American Buffalo actuaban personajes —singulares, intensos, redondos, diría Foster—, cuyas únicas referencias eran su sórdida vida. Quizá fuera una imagen de la América urbana y escondida; pero la obra era un auténtico poema de amor en mitad del vertedero.
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Los personajes de Noviembre se deben a la farsa que interpretan, no a sí mismos. La virtuosidad de Mamet dándole vuelta a los argumentos exige que sean no sólo planos, sino unívocos en diversos niveles simultáneos: prodigio técnico, sin duda. Sin embargo, el teatro pierde; gana el espectáculo. Segundo: American Buffalo arraigaba en la realidad más profunda de los individuos y de la sociedad; Noviembre navega sobre la espuma de las contingencias políticas (todas locales y todas comprensibles, por cierto). Aquélla entroncaba con la gran corriente del realismo norteamericano; ésta con el costumbrismo. No va más allá. El espectáculo arrasa.

viernes, 25 de septiembre de 2009

(Tercer paréntesis, y último)

(El azar del diseño de cubiertas de libros ha emparentado Doménica con Trasto, dos novelas en busca de una trilogía. Ambas nombran en el título a la víctima de una traición. La traición del amor, en una; la de una amistad, la otra. En las dos —contadas en primera persona— el personaje principal, que trastoca la vida anodina del narrador, aparece mediada la lectura —en Doménica irrumpe en la sala donde está el maestro de Palfre a mitad del párrafo central del capítulo cuatro, de siete—. ¿Y la tercera? No se titula Gebé, como debiera; pero ya está escrita.)

jueves, 24 de septiembre de 2009

Un inicio de novela y dos paréntesis

El día 30 de septiembre de aquel año, seis meses antes de la guerra, recibí mi primer salario como maestro suplente en el colegio infantil de Palfre, el único que había en esta localidad de la Baja Liboria. Cuando llegué al cuarto que tenía alquilado en la casa de doña Nataline cerré la puerta, corrí los visillos y de espaldas a la ventana que daba a la calle abrí el sobre que había traído, desde el colegio, apretado en un puño dentro del bolsillo del pantalón. Saqué los billetes y los esparcí, junto a las monedas, por la mesa. Volví...
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(Doménica tiene 45.404 palabras distribuidas en siete capítulos. Recuerdo cuándo empecé a escribirla, desde el primer instante con este título. Hacia las siete de la mañana del 15 de septiembre de 2005 me desperté con la historia completa en la cabeza y con el nombre de la protagonista. Inmediatamente me puse a redactar en la mente. Seguía en la cama porque la hora no aconsejaba otra cosa. Cuando lo escrito en la cabeza rebasaba la capacidad de memoria, me levanté. Eran las siete y media, según anoté en el cuaderno donde empecé a transcribir tal cual está el primer párrafo.)
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(El 15 de septiembre, aquel año, fue el primer día del curso. Es decir, tuve que interrumpir la escritura para ir a trabajar. Este incidente resultó esencial en la concepción de la novela. Durante unas horas conviví con un párrafo. Durante los días siguientes tomé notas sobre el argumento soñado. Estructuré el primer capítulo y me di cuenta de que el párrafo cobraba protagonismo. El capítulo uno quedó proyectado en catorce párrafos. Me sentí feliz con el número, que repetí en los demás. Una tarde lo puse en endecasílabos, un verso por cada párrafo. Escribí el soneto del primer capítulo.)

lunes, 21 de septiembre de 2009

Otoño

La víspera del otoño es el chaleco. Y unas virutas de aluminio en la aleación de la luz. Imperceptibles casi, si no fuera por la apetencia de las sombras en los edificios. Convertido ya el verano en la lista de la compra de una persona desmemoriada, la víspera del otoño inaugura congresos de alta poesía en los encuentros casuales dentro del ascensor: el tiempo que se nos va... Resuelta ya la incógnita del verano, la promesa del otoño de regresar a los jerséis y a las tardes de lectura sabe a poco. A casi nada. A apetencia de las sombras.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Sociología del charco

Foto MCP
Un chaparrón de madrugada deja el dibujo geométrico de las losas en la acera encharcado: vasos sanguíneos racionalistas, fractal apóstata. Y allí donde el terreno ha cedido, el agua se acomoda como quien se dispone a ver un programa de televisión. Yo mismo, asomándome a su campo de visión, debo de ser el primer presentador de la mañana. Alguien, por cierto, que no tiene nada que decirle a un charco. Pero como sigue mirándome con mi propia cara de desconcierto, por romper la tensión, le sonrío. Veo que se arrellana entre las losas hundidas: empieza a disfrutar con mi vacío.

viernes, 18 de septiembre de 2009

¿Y por qué lees eso?

Basta escribir un día sobre algo leído al azar, para que no haya página abierta que no hable de lo mismo. En ¿Para qué sirve la literatura? escribe el profesoral Antoine Compagnon sobre nuestros días y los que se avecinan: «En lo sucesivo la lectura deberá estar justificada, no sólo la lectura corriente... sino también la lectura culta». Ahora veo mejor el embrollo: lectores e intelectuales ya sólo leen si está justificado que lean (¿por su profesión? ¿por su periódico? ¿por sus colegas?, por quien sea). ¿Sólo los no lectores que leen se atreverán a leer sin justificación alguna?

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Lecturas de no lectores

Conforme avanzo por el vagón del metro voy viendo repetida la misma chocante fotografía que a toda página publica un periódico gratuito. Me entran ganas de volver a la boca de entrada y solicitar el ejemplar que acabo de rechazar. En el metro todos los que no leen periódicos leen el periódico gratuito. Y quienes tienen aspecto de lectores de periódico miran, como yo, las fotografías desde lejos o los anuncios del vagón. La sociología trastorna cualquier filosofía: sólo se ve leer a los no lectores. La situación me reconforta: tanta metafísica autocomplaciente le habían echado al concepto de «lectura».

lunes, 14 de septiembre de 2009

El público lector que no lee y el público que no lee lector

Julien Gracq en 1951
Con cierto retraso (ferroviario, posiblemente) leo los fragmentos que un suplemento adelanta del opúsculo de Julien Gracq (1910-2007) La literatura como bluff. Emociona su lucidez. Y su indisciplina crítica. Tanto que dan ganas de decir que todo sigue igual. Pero la sociología nunca se detiene. Hoy aquel «público que no lee» lee y compra libros. Y le proporciona argumentos a los reseñistas. Porque quien ha dejado de leer es el público lector (intelectuales, profesores, estudiantes, periodistas, políticos...). Ha dejado también de comprar libros (a lo sumo se los pide al editor). O directamente prefiere ser «público que no lee» lector.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Signos

Foto GCC
Entomólogo de las mañanas de sábado, temprano, —a la espera siempre de encontrar una aurata, un dorcus, un lucanus entre la maleza— escudriño el vacío de las calles en busca de un signo que capturar. Sueño con que lo impregne el timol desinfectante del estilo y con que lo atraviese una aguja dorada en la caja cibernética del coleccionista de textos. Le añadiré un título y en letra muy menuda, al pie, le adscribiré un género. Y cuando cierre la caja, el brillo del cristal y la hondura del receptáculo le darán, al signo que no era nada, existencia poética.

jueves, 10 de septiembre de 2009

«A propósito de los cuerpos», de Elena Román, en Littera Libros




En la tradición del poema en prosa laten las iluminaciones que lo convirtieron en aquel artefacto literario capaz de arrasar el corazón del lector. Elena Román (1970) interpreta en su libro la partitura original con tres instrumentos precisos: una maraña retórica urdida con delicada e incisiva técnica, la ironía de una mirada que sorprende lo invisible oculto en lo cotidiano y el sesgo exacto de la distorsión. Todo en armonía para hablar de lo que la idea de «cuerpo» olvida: esa extraña colección de apéndices, vericuetos y odres que lo forma. «Porque hay que ser canoa para entender al río».

martes, 8 de septiembre de 2009

Mentiras de entonces

Algunos domingos, cuando salgo para ir a ver un partido de fútbol, el joven que fui abandona mi aura y me mira extrañado: ¿tú? ¿Si a ti no te ha gustado nunca el fútbol? ¿Si preferiste siempre un libro? Ya, ¿y qué?, le digo. De hecho, no estoy seguro aún de que me guste, pero me contaron y creí tantas mentiras (por ejemplo: al sabio cuya senda seguí que ahora amaña premios para él y sus amigos) sobre el mundo que he decidido comprobarlas todas. Y ahora me toca ésta: verificar si también era mentira que el fútbol atolondra, enajena.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Jacarandá a la orilla del río y paseantes

Sobre las losas del pavimento, los pétalos de la flor del jacarandá que pisan los niños cuando corren al tuntún brillan como constelaciones distraídas. No se los lleva el río taciturno, ni los arrastra el viento que no sopla. Ay los pétalos de luz violeta que ensucia el polvo que despiden los corredores vespertinos y el que arremolinan los ciclistas adolescentes. Bajo el jacarandá me agaché por elegir uno para mi cuaderno de poeta. Quería manchar con su color serio, grave, trascendente la blancura que no rasgan las palabras. Como si fueran de peces muertos me cautivaron sus ojos lánguidos.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Me desgarra el corazón

Junto a las puertas del recinto de la Alhambra, una bochornosa mañana de verano. El guía les había dejado solos mientras retiraba las entradas. «Es muy bonita, ya verás», decía Brunhilde, animosa como siempre; «una ricura —subrayaba Mathilda con voz aflautada—, mira qué fotos en la guía». Helmuth insistía en su desánimo. No hay aquí dentro nada que me resucite, iba diciéndose camino del monumento, cuando al pasar junto a un abedul del jardín tuvo una idea que le rejuveneció. Saca una navajilla y sobre la corteza graba en cinco palabras sus obras completas: das zerreißt mir das Herz.

martes, 1 de septiembre de 2009

Poesía


: El viajero, que en el andén desconocido extraña la luz que no logran ocultar las marquesinas de hierro forjado que buscan convertir la estación en un recipiente de agua tibia que acoja, sosiegue y mitigue el desorden que supone la mera existencia de otros lugares y otros seres, la vastedad de destinos que confluyen en el pespunte que son dos raíles que avanzan por el territorio regresando siempre, abre la libreta y traduce las listas lumínicas no enjauladas a un garabato azul mientras le contempla con desdén un letrero entre la oficina del jefe de estación y la consigna.