jueves, 24 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo octavo)



Los poetas medievales escribían cancioneros. He pensado en estas cosas hoy. También quisiera algún día escribir un cancionero dedicado. Tal vez ya lo haya hecho, con otros nombres contemporáneos. Lo contemporáneo, ya se sabe, se pirra por lo laberíntico. La magia de los cancioneros reside en su claridad de expresión y de sentimiento. A pesar de escritos con alta tecnología, los poemas de ahora alguna cosa han heredado. No ha cambiado tanto ni una cosa ni otra desde que los trovadores, según dicen, inventaran el amor. Trovadora, otra palabra que me gusta, creo que se da bien con estos cuentos.

domingo, 20 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo séptimo)



Agosto es un mes cansado. Solo le gusta descansar. Por la mañana, por la tarde. Por las noches despierta de su pereza congénita y acude allí donde escuche alboroto. Disfruta bailando canciones de pachanga con una camisa de flores tropicales, pantalones cortos y calcetines estirados hasta debajo de las rodillas. Agosto es un mes lechuguino. No soporto su carácter, pero aprecio la manera voluptuosa de descansar que sostiene como filosofía. Me acuesto con cualquier pretexto en la tumbona por ver pasar las nubes que van de camino hacia otros meses más formales, y tal vez más elegantes, pero menos irresponsables.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo sexto)



No solo vuelan los pájaros. También las hojas. A inicios de otoño ya se preparan para los días de ventisca. El momento de su gran viaje. La oportunidad de abandonar el bosque y recorrer caminos inusitados, paisajes diferentes. Una vida nómada soñada desde la copa del árbol maternal. Y tener la suerte de caer, después, en el porche de alguna casa y sentir como unos dedos, al cogerla del suelo, la acarician. Manos que después abren un tomo de poesía, grueso, obras completas seguramente, y acomodan la hoja que volaba entre las hojas que permiten volar a quien las lea.

sábado, 12 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo quinto)



Guardo la palabra nostalgia en un bolsillo de los pantalones donde solo hay un pañuelo limpio, pues si tuviera necesidad de él recurro a los de papel que llevo en otro lugar. No puedo no llevar pañuelo. Antes creía que era cosa de persona de otra época, pero ahora sé que es para cuidar de mi mano cuando se refugia en el bolsillo, donde reside la palabra nostalgia dándole la mano a mi mano. No es ese el lugar donde actúa, solo donde permanece. Para ser pensada, se instala en los ojos que miran hacia delante cuando miro hacia atrás.

martes, 8 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo cuarto)



De regreso del paseo de la tarde, en el último tramo, pensamos en el agua rociada desde la ducha, en el plato que vamos a preparar para la cena, en la película que veremos después. Todo cuanto va a pasar ya está pasando en nuestra imaginación. Pero al llegar descubrimos que la lavadora se había quedado por tender y en la cocina están sucios los platos del mediodía, en una montaña que requiere limpieza y orden. En seguida me pongo con la vajilla y tú sacas la ropa de la lavadora. Tan contentos con lo real como con su doble.

viernes, 4 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo tercero)



Lo caminado permanece en la memoria del pie. Inscribe en la planta el significado que tuvieron los pasos. Nunca el lugar que atravesaron, para el pie la geografía carece de interés. Memorizan estados de ánimo. Los pasos cotidianos que ni siquiera se tiene conciencia de dar son sus predilectos. Los guarda para que guíen el cuerpo cuando se repitan. Y lo acostumbrado resulte más liviano que lo desconocido. Los medidos por la emoción del descubrimiento ni se molesta en registrarlos. Sabe que lo excepcional lo es porque ocurre solo una vez. ¿Para qué conservar lo que se convertirá en inolvidable?

martes, 1 de febrero de 2022

Cuentos del hada jubilada (quincuagésimo segundo)



La lámpara de la mesilla es un pintor intimista. Trata los cuerpos con delicado pincel. Pasa horas para perfeccionar su técnica predilecta, el sfumato, en el que sumerge el abrazo sobre el oro viejo de las sábanas que está presenciando. Tiene especial cuidado al dorar el cabello. Se diría que avanza pelo a pelo, con una paciencia infinita. Es un pintor de cámara. A veces, sus modelos se duermen y entonces tiene tiempo de completar su obra maestra, la que la ventana borrará poco después, en cuanto llegue el pintor de tiesos bigotes y voz enervada que es el día.