lunes, 28 de diciembre de 2020

Cuentos del hada jubilada (vigésimo segundo)

Os diré lo que me ocurrió el año pasado. Minutos antes de la medianoche decidí subir a las almenas para desde la altura despedirme del viejo año. Ascendí por la escalera de caracol, a oscuras a aquellas horas y al llegar arriba encontré cerrada la verja. Me di la vuelta y descendí casi rodando, pero llegué demasiado tarde. Alguien había clausurado la puerta de acceso. Grité, claro, pero mis berridos se perdieron en mitad de la algazara general por la venida del nuevo año. Solo, sin copa con qué brindar, muerto de frío, abandonado. ¿Habré de despedir dos años este?

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Cuentos del hada jubilada (vigésimo primero)

El desierto es sed que se manifiesta con el vacío. No es grito, como los bosques. Tampoco oración, como son los ríos. Ni la melodía de las nubes. El desierto, cauce de un deseo. Agua que no está regando. Sombras que no habitan. Es voces que no celebran. Una mirada sedienta de realidades, el desierto. A veces, también, un oasis. Un hilo de humo que sutura lo real en lo irreal. Las palmeras, una rana que chapotea por la orilla. El oasis es un desierto que ha dejado de tener sed. Deseos que se transforman en una mata con flores.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Cuentos del hada jubilada (vigésimo)

Los cisnes avanzan por el centro del río. Se han lavado y limpiado con el pico, y han realizado sus cantos rituales. Ahora desfilan. Uno tras otro. Son los amos del tiempo. Por no verles, cuando atraviesan su territorio, los patos sumergen la cabeza en el agua con más frecuencia que de costumbre, como si de repente les entrara un ataque de hambre. Las gaviotas les graznan. Reunidas en su reducto, aprovechan su cualidad de muchedumbre para abandonar su descanso y lanzarles, a coro desangelado, sus chillidos. Los cisnes, ni se inmutan. Han nacido solo para posar en cuadros románticos.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Cuentos del hada jubilada (decimonoveno)


 Abandonado entre las flores queda un botón de oscuridad que la noche olvida recoger. La abeja lo encuentra. Sin atreverse a acercarse, se acerca. No percibe aromas en las inmediaciones ni su color presagia dulzores. Es más bien un agujero mal colocado en la realidad. Algo atrae al insecto hacia el fragmento oscuro. Tampoco es sonido ni textura. Quizá sea una idea, quién sabe. Pero lo cierto es que nada de cuanto ve delante está contemplado en las instrucciones del trabajo que en nombre de la reina de la colmena desempeña a diario. Y si fuera algo prohibido, ¿cómo perdérselo?

miércoles, 9 de diciembre de 2020

La siesta de un fauno | L’âme

No dejará la luz ningún destello, ni siquiera sobre la superficie del lago, ciega de tan ávida por mostrar cuanto ve. Ningún sonido en el vacío creado por el sueño de los durmientes. Y aunque me desvele, no sabré descubrir otro camino que no sea el del regreso. La ropa usada dentro de una maleta y, fuera, las canciones cuyos estribillos tararea la memoria sin saber qué dicen. Un ir que ya se parece a volver en el gesto distendido de quien pretende saludar a quien ve en el espejo. La luciérnaga que no salta de un tronco al siguiente.

sábado, 5 de diciembre de 2020

La siesta de un fauno | Bonheur



Quien regente la mirada aún no atiende al relato de mi flauta, que como niebla permanece enmarañada con los espinos y los cactus del yermo. Incapaz de remontar la métrica con la que justifico los sonidos. Un desandar lo percibido que se confunde con el haberlo vivido. La duda entre si me arranco la flauta de las manos o las manos de la flauta. Urdimbre de cabellos desprendidos durante el sueño que la trama de dedos que la reúne convierte en símbolo. Una barca que afronta el oleaje con indiferencia hacia las tareas del pescador o a su súbito ahogamiento.

martes, 1 de diciembre de 2020

La siesta de un fauno | Mon oeil

Si el desplegar de la melena por la almohada fue, ardió. No dejó de mí más yo que aquel silencio en la sucesión de estancias cubiertas por ceniza. Una ventana que abre siempre hacia otro interior. Al que aún puedo asomarme para leer la escritura del cabello sobre la blancura de la tela. Y cerrar después los ojos por confundirlo con otro meandro. Una postal en cuyo reverso quede la alusión. El broche que cierra lo que nunca estuvo abierto. O quizá sobre la almohada no durmieran las cabezas de los durmientes aquella noche y la música continúe moteando notas.