jueves, 26 de julio de 2018

06 | Hopperiana


El oleaje quieto del terciopelo azul del telón y los flecos tan verdes como hieráticos observan. Mientras el operario no baje la palanca que oscurezca la sala y alce la que libera el escenario, la luz excesiva de la platea la convierte en involuntario teatro. Por los corredores avanzan actrices y actores a pesar suyo, concentrados en memorizar un número de asiento que conocen de memoria, empeñados en contrastarlo con la realidad, estudiosos del programa de mano. Personajes cabizbajos ante los ojos de las lámparas y el ojo del cíclope que ha de conmutar su pena durante hora y media.

lunes, 23 de julio de 2018

05 | Hopperiana


Luz para insomnes, dicen. Tantos palés de ladrillos, la hormigonera sin descanso y la pericia de los albañiles para ir trazando un círculo que ascendiera al cielo. En la biblioteca pedí un volumen de arte babilónico. En verano colocan un ventilador delante de los anaqueles con los libros que nadie lee. Las páginas corren solas. Es como leer en un avión mientras me informaba sobre las grandes torres de babel. La nuestra, una vez alzada, se ha quedado muda. Solo la iluminan para los noctámbulos, que desde lejos no ven el farolillo que dejo encendido en el porche mientras duermo.

viernes, 20 de julio de 2018

04 | Hopperiana


El guante que se corresponde con la mano que sujeta el asa de la tacita de café no está sobre la mesa. Ni apretado en la mano izquierda, que permanece enguantada. En la cristalera la realidad se resume en el reflejo de la hilera de lámparas que iluminan el local. Un radiador de pared, junto a la puerta, se ve cuestionado al comprobar cómo la joven no se ha quitado el abrigo ni la pamela. El camarero, al otro lado del salón, la mira decepcionado. La muchacha observa la noche en su taza. Cuando la haya bebido, seguirá la noche.

martes, 17 de julio de 2018

03 | Hopperiana


Al levantarse de la silla frente al caballete, artista maduro y posiblemente impedido, el tiempo le habrá dado un codazo al bote de los morados derramando sobre el cielo el color que lo inflama. Cada día un poco más torpe, reflexiona, al alzar los ojos por encima de la alameda antes de echar la llave a la primera bomba de gasolina. Cada día un poco más qué, piensa frente a la segunda. Y ante la tercera se detiene. No han parado suficientes vehículos. Uno que ahora llenara el depósito compensaría la jornada. Aguarda, la vista en la carretera. Silencio. Oscurece.

jueves, 12 de julio de 2018

02 | Hopperiana


A sí misma se contempla en el reflejo de los cristales, larga melena. Con destellos de oro. Cuajada de grano. En la ladera bascula a capricho de la brisa. Se gusta, marea amarilla. Don. Cuarteada por el espejo de los vanos donde se mira, incapaces de captar su extensión, que es también la vastedad del verano. Hay gritos de chiquillería alrededor del estanque y una larga mesa con el mantel anudado a las cuatro esquinas. A sí misma se mima, sin descubrir por qué las ventanas permanecen cerradas. Ni por qué un rumor mecánico ahoga el canto de los pájaros.

miércoles, 4 de julio de 2018

01 | Hopperiana


El ademán administrativo de la farola encendida tramita con insectos el movimiento de la salamandra. Ufano de su geometría, el enladrillado de la tapia mal iluminada descredita la libertina idea de laberinto. En el círculo de maleza que se dibuja al pie, un roedor con mono de camuflaje juega al solitario y de vez en cuando lanza una carta con mohín irritado, sin que nadie sepa cómo le va la partida. A lo lejos, un perro le ladra a la luna. La oscuridad urde, aunque sin propósito. Nada existe más ajeno a la experiencia del vigilante nocturno que lo inesperado.

lunes, 2 de julio de 2018

# 600


Dependen de que alguien los mire para ser. Solos no son nada. Parecen hermosos, acaso tristes, pero es una impresión. Únicamente son lo que son. Una ladera, una playa, el horizonte. Minerales, vegetales, insectos. Una combinación biológica que posee su propia mecánica y que podría existir durante siglos sin nadie. Pero no serían nada. Ni agrestes, ni metafóricos, ni seductores. Si algo son, es porque hay quien se levanta temprano, se viste con ropa ligera, sale en su busca. Y al encontrarlos —la colina, las dunas, un prado—, al sentarse a contemplarlos, les entrega su ser. Y entonces son.