jueves, 29 de mayo de 2008

Hectoblog

El panel de control del programa, que con tanta generosidad lo anota todo y hace las veces del secretario que no puedo pagar, me avisa de que al llegar al final de este canapé de texto el bloc habrá anotado, exactamente, diez mil palabras. No es gran cosa, pero da para detenerse a pensar. Cuando abrí este tenderete lo hice con cien razones detrás. Con el paso de los meses, en cada entrada se rezagaba una. Llego a las cien desrazonado. No sé por qué he de seguir escribiendo aquí, y este es el mejor regalo de aniversario que encuentro.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Zorotroco

Heredé esta palabra una tarde de mi adolescencia. El sol entraba en la estancia como una visita conocida. Sobre la mesa había desplegado mis cuadernos y tras cuadrar el pequeño fajo que alternaba folios y hojas de calco, lo introducía en el rodillo con cuidado de no descuadrarlo. En el comedor la abuela hacía ganchillo y hablaba. El resto de la familia cruzaba, intervenía, empujaba para hacerse un hueco ante mi impertérrita vocación de escritor. Una de aquellas tardes lo dijo: Ese era un zorotroco. Anotaba en un papel las frases que mi abuela decía, escribía reseñas de libros, soñaba.

lunes, 26 de mayo de 2008

Innovación

—Se acabó la desnudez.
—El sudor. La grasa.
—Pero…
—Se acabaron las dietas.
—Los sueños. Nunca más soñar con el cuerpo de otra.
—Pero… ¿No es muy caro?
—Muerte al envejecimiento, ¿tiene eso precio?
—Cristal líquido, una capa finísima que recubre la piel. ¿Puede ser eso barato?
—Y…
—Se acabaron las preocupaciones.
—La envidia. Los ansiolíticos.
—No sé… ¿Y funciona con…?
—Una pila de energía injertada en la piel. Microscópica.
—Seleccione un modelo en la pantalla. El cristal líquido lo convierte instantáneamente en su auténtico cuerpo, no el de carne y hueso.
—¿Y no hay un modelo más… más… económico?

jueves, 22 de mayo de 2008

De un robador de zarzas

Foto Isabel Bono


Nunca he robado rosas en las tapias de un cementerio. Nunca he alzado la mano para arrancar una naranja en un jardín. No lo he hecho porque no se me ha ocurrido: ¿para qué querría una naranja? O porque no tenía una navajilla a mano, quizá. Aunque posiblemente no haya cortado rosas para no enfrentarme a la idea. Siempre he sido así de pánfilo. Ahora lo sé porque dos veces por semana arranco brotes de zarza en caminos y taludes para alimentar los phylliums que hay en casa. Tijera en mano, me preguntó: ¿a quién le estaré robando esta zarza?

martes, 20 de mayo de 2008

El caso de una imaginación derramada

Alberto Tugues ha hecho una revolución en el rito de presentar libros. Empezó como celebración de El espía del ramo marchito, un acto divertido e inolvidable. Allí, una de sus novias de alquiler nos detalló cómo se había rasurado la vulva para asistir al evento mientras las manos jugueteaban impúdicas bajo la mesa. Fue una experiencia insuperable. Pero hoy, al presentar El caso de una sangre derramada, ha conseguido ir más allá, donde nadie osa llegar. Ahí delante estaban, en carne y hueso, sus personajes, retándose a antiguas cartas de amor, interpretando con lágrimas reales la partitura de su prosa.

lunes, 19 de mayo de 2008

La última página

La furgoneta deja una densa nube negra en el lugar donde arranca. Como no hay brisa, le cuesta deshacerse. La observo y creo ver que el humo dibuja una palabra sobre el azul de la tarde. Abro el cuaderno por copiarla, paso las páginas atiborradas de caligrafía y he de llegar a la última para descubrir un pequeño espacio libre. No era en absoluto consciente de haber escrito tanto y de que, por ello, me quedara tan poco por contar. Cierro el cuaderno y lo deposito en el fondo del hatillo, incompleto. ¿Descubrirá algún día que he aprendido a engañarle?

viernes, 16 de mayo de 2008

El regreso

Estamos solos el piano y yo, tan cerca de Gong como lejos se hallan los sucesos que he descrito en las hojas del viejo cuaderno con tapas de cuero. Cada palabra, guardada en él como cuenco que ha recogido el agua de lluvia, es un paso que me aleja de la ciudad donde nací. Cada renglón un desgarro en el hatillo que necesito para mi marcha. Cada página una razón para atrasar el regreso. Cuando me inclino sobre su blancura asediada por las incisiones de la pluma, huye y cae una gota de la herida que aún no ha cicatrizado.

miércoles, 14 de mayo de 2008

«Botchan»


Con un argumento en apariencia menor —los problemas de un joven que empieza a dar clases en un instituto de provincias— Natsume Soseki (1868-1916) escribe una novela espléndida e inolvidable. La magia de su escritura se asienta en la voz del narrador, cuya personalidad impulsiva, irónica y vital seduce desde las primeras peripecias. En el instituto, el protagonista descubre poco a poco, con una lucidez escalofriante, quiénes son sus compañeros y qué están dispuestos a hacer para eliminar a sus adversarios. Si se desconoce que Botchan se publicó en Japón, en 1906, se diría que ocurre en cualquier instituto actual.

lunes, 12 de mayo de 2008

Amanecer


La mañana se ha abierto como un escenario segundos después de que se hayan apagado las luces en el patio de butacas. Lamento sólo que tanto esmero en el dibujo de la realidad obtenga como premio las montañas de escombros, los metales oxidados, los aparatos inútiles, el cemento petrificado, los ladrillos que sobraron de la obra, los muebles con amputaciones, los plásticos coloreados de una fiesta que se habrá convertido por arte de las metamorfosis, ahora, en el llanto de un bebé en su cuco. La brisa repinta los borrones neblinosos de la noche. Y para secar la tinta, sopla.

jueves, 8 de mayo de 2008

Calle San Vicente



Qué injusta la indiferencia con que se entra en la habitación de una sola noche hacia el esfuerzo del mobiliario por mostrar que todo está por estrenar, escondiendo tenazmente las rozaduras que hablan de otros huéspedes. Qué candor el de quien cuelga la chaqueta en el armario, encandilado por el espejismo de un lujo que le mima. Qué inútil resulta la memoria para los ratos en los que, echado en la cama, cambia de canal en el televisor como le gustaría al nómada que mantiene encerrado dentro cambiar de vida. El lugar donde no volverá a dormir esconde sus soledades.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Otoño en Carlisle / 1

OTOÑO EN CARLISLE, PA.

[Subway Restaurant, 22 de octubre de 2006]

Para Astrid Cabral

Nadie que no pasee desvelado
un domingo a las ocho, una mañana
de otoño por las calles de Carlisle,
sabrá cómo mis ojos han hablado

con Dios. Colores de comida rápida,
con hechuras y precios para el ruido
y mesas apretadas: en silencio.
Como una ermita, como un camposanto.

No estaba escrito que se entrara allí
para ver, en el anodino gesto
de una empleada solitaria, el hueco

de uno mismo. Con el desamparo
de un menú tan incomprensible como
esta vida que tiznan las ausencias.

Turia nº 85-86, marzo de 2008, pág. 121

lunes, 5 de mayo de 2008

El silencio

La tarde en la que, tumbado en el camastro de la pensión Láng, pensé que me era indiferente levantarme para salir con Qīng Wā o quedarme allí dormido, falté a la cita del jueves. Tampoco aparecí el domingo. Enfermo de esa maldición que se denomina juventud, no distinguí en el poso de angustia de la última calada frente a la pila de los tubos herrumbrosos, cuando los otros empleados habían regresado ya a sus puestos, arrastrando tras ellos el eco de las obscenidades que nos habían hecho reír, la nostalgia de Qīng Wā, el silencio que no aprendí a escuchar.

domingo, 4 de mayo de 2008

«El faro», de Guillermo López Gallego, en Pre-Textos


Guillermo López Gallego (1978) presenta en El faro, su primer libro, una extraña colección de estampas descentradas por donde cruzan seres despersonalizados (un hombre, una chica…) en ambientes que recuerdan a los cuadros de Hopper. En cada poema se entrelazan estampas de lugares o momentos distintos, por lo general tres, y se mezclan también la descripción y el adagio: «Desde el puente de piedra, / la puesta de sol parece un pavo real / sobre el tajo del carnicero, / la belleza / no es más que la forma / que tiene el tiempo / al pasar obviamente». Escrito con una conseguida impresión de texto inacabado.

jueves, 1 de mayo de 2008

El cuaderno prohibido





La languidez de los cerezos impregna con su aire cobrizo los recuerdos de un tiempo que también ha muerto. Cuando levanto la vista del cuaderno contemplo cómo un tordo se posa sobre una rama seca. Agita la cabeza, hunde el pico en el plumaje del cuello. Sus movimientos nerviosos caligrafían otra memoria cuyo dictado no sé leer. Algún roedor debe de andar entre la maleza. Me llegan los latigazos de su ajetreo bajo la hojarasca. Si me cuenta algo esa música sin tono, tampoco sé comprenderlo. Es como si únicamente atendiera a la voz que se adentra en mí, buscándome.