jueves, 30 de abril de 2015

El pabellón dorado [15]


Para que no me olvides, parecen decir las fotografías que unos con otros se intercambian. A mí, sin embargo, nunca me ofrecen ninguna. Porque no las voy a ver, deben de pensar, y aunque se equivoquen en el pensamiento, aciertan en la idea: porque recuerdo. Solo se olvida lo que se registra en imágenes. «¿Cómo era aquella persona?», le oigo lamentarse a veces a mi madre. «¿Cómo has podido olvidarla?», olía a saco de avena abierto un día de lluvia y llevaba en invierno una chaqueta de lana gruesa. «¿Cómo puedes acordarte de tantas cosas?» Porque no las he visto.

martes, 28 de abril de 2015

El pabellón dorado [14]


Has quedado muy guapo.
Será porque estoy con los ojos cerrados.
Y tú qué sabrás cómo tienes los ojos. Bien bonitos son.
Un hueco.
¿Por qué dices eso, si no los puedes ver?
Son mis ojos. Los veo por dentro.
Pues por fuera son hermosos.
Oscuros, una cortina tupida al otro lado de la cual hay luz.
No seas sarcástico, hijo.
Disculpe, madre. A veces mis ojos se transforman en un resplandor.
Ves cómo son lindos.
Es cuando más hermosos son. Una centella los cruza.
Estás guapo. Da gusto verte.
¿Solo en la foto? Será que no salgo en ella.


domingo, 26 de abril de 2015

El pabellón dorado [13]


Las fotografías tienen un tacto irreal. Se supone que algo hay inscrito en el rectángulo deslizante, pero no se ve. Tal vez porque solo enseñan lo que no está y al verlo se esté viendo solo lo que no se ve. Siempre hay a quien le gusta contarme una fotografía. Y a mí escuchárselo contar. Un cuento. No importa no verlo. Qué pena, me dicen, que no lo veas. Y quien me habla únicamente cree que ve. La fotografía nació ciega. Solo refleja lo que no ocurre, lo que no está. Lo que se fue o lo que se sueña.

jueves, 23 de abril de 2015

«Novela», de Arnaldo Calveyra (pentámetro)


Cada año por estas fechas, hacia finales de abril o principios de mayo, Arnaldo Calveyra aparecía por Barcelona. Venía para hablar con su agente y a partir de cierta fecha también con su editora. Desde París llegaba en el tren nocturno. Ocupaba una cama en un departamento compartido. Aguardaba yo año a año la historia de aquel viaje. Era lo primero que contaba, la novela de la noche ferroviaria. La de extraños personajes e inverosímiles conversaciones que se juntaban en las literas donde viajaba Arnaldo. Lo que se pierden, pensaba entonces y ahora, quienes sacan billete en un compartimento individual. 

Le vi salir feliz algunos años. Su nuevo editor proyectaba reeditar títulos, unos en España, otros en la filial argentina del sello. Una noche de la que sería su última visita había quedado en recogerle a la salida de la cena con su editora. Me llamó aquella tarde y me pidió que adelantara la hora. No había cena. Ni editora, que no le había querido recibir. Ni proyectos, pues acababan de informarle de que habían decidido anular todas las ediciones previstas. De un plumazo. Nada de lo hablado. Así se lo dijo un empleado de la editorial. Un empleado cualquiera. 

¿Has cenado?, imagino que le pregunté. Me pidió que condujera, como hacíamos algunas noches. Recorríamos al tuntún las calles de la ciudad. Íbamos hasta el Monasterio de Pedralbes. Hay allí una plaza silenciosa y recóndita. Subíamos la escalinata. Palpábamos los sillares, sentíamos su frescor antiguo. Luego nos sentábamos en un banco, bajo las palmeras. No sé de qué hablábamos, la conversación saltaba de las lecturas a la biografía y de las opiniones a los sueños con la naturalidad del agua que brota de una fuente. Aquel día Arnaldo estuvo en silencio largo rato, con la mirada fija en la noche. 

No regresó a Barcelona en primavera. Pasé años echando de menos aquellas visitas. Poco tiempo después empezó a viajar a Argentina, a donde no había ido durante décadas. Allí encontró la editorial que creyó en él, como antes había creído en su obra Actes Sud, que publicó todos sus libros. En francés. Sus títulos en Adriana Hidalgo editora, los nuevos que le entregó y la Poesía reunida (2008), espléndidamente publicados, hacían por fin justicia a quien posiblemente haya escrito en la segunda mitad del siglo XX una poesía con un uso de la lengua más libre, más dúctil, tan visionario. 

Su último libro se titula Novela. Publicado en febrero de 2014. Un año después, una noche de enero, Arnaldo se sintió indispuesto. Su corazón se detuvo. Durante todos los días de su vida llevó en el bolsillo de la americana un comprimido por si algo así ocurría. Siempre escribió bajo esta amenaza. En Novela aparece también agazapada. Novela: una caja donde guardar las astillas de las cientos (miles) de novelas que habitaron su pensamiento. Apenas un pedazo (un diálogo, una observación luminosa, acaso una epifanía) escrito de cada una de ellas. La novela de los viajes nocturnos en departamento compartido.

lunes, 20 de abril de 2015

Becqueriana / 67


De la mano. Balanceándolas. Con pasos saltarines. Deteniéndonos de súbito y de repente echando a correr. Sin parar de hablar, los dos casi a la vez, o dejando que sea el silencio quien hable con nosotros. Las aves que gorjean en el cable del teléfono o el trigo ya crecido que tontea con el viento, alocado e impetuoso siempre. Todo parece ahí delante solo para que nosotros pasemos por delante, rozándolo con las palabras. Hoy vamos de camino al mar. El mar es siempre una fiesta. Una fiesta diferente. Cuando llegamos en lugar de bailar, nos quedamos serios, estáticos. Emocionados.

sábado, 18 de abril de 2015

Cuaderno de tapas rojinegras \ 37


Los árboles cantan. Sus hojas forman un coro de voces diáfanas. La brisa lo dirige. Y a veces invitan a un director foráneo, que llega con una larga melena despeinada y la barba sin recortar, se quita la chaqueta y remangada la camisa no cesa de dar indicaciones con la batuta a las hojas para que alcancen los tonos más altos. Es el viento. Da gusto escuchar las canciones de los árboles. Sus melodías serenas, amorosas. Letras que aprendieron hace siglos y que repiten a diario con la misma jovialidad. Como si las inventaran. Abro la silla de tijera. Escucho.

jueves, 16 de abril de 2015

Cuaderno de tapas rojinegras \ 36


El neón del rótulo les añade en el gesto acentos circunflejos de un idioma impenetrable. El relente de la noche queda inadvertido en la camisa con las mangas dobladas hacia el antebrazo y algo fugada del cinturón de piel negra por la espalda. En columnas salomónicas el frío huye con las bocanadas exhaladas a la puerta. Y si con una mano sostienen la brasa, con la otra abrazan la cintura de mujeres de medias negras. Paso buscándole a mi cazadora un punto más arriba en el cierre de la cremallera. No existe la temperatura ni el desmoronamiento para los fumadores.  

martes, 14 de abril de 2015

Cuaderno de tapas rojinegras \ 35


Toldo que los cuerpos cuelgan sobre su abrazo con cuatro palos clavados en la arena, la noche los ensimisma. Enramada de silencios que acoge los susurros, la noche entra en el interior de cada uno con su callada armonía. La peregrina. La que llega a la hora de los cansancios para entregar la vitalidad escondida de la ternura. La efusiva. La que enciende la chimenea de los anhelos con su aliento. La desdibujada. La que arranca las hojas del cuaderno donde están escritas las costumbres. La amiga. Manto que se echa sobre los hombros de los deseos. La que vibra.

domingo, 12 de abril de 2015

Becqueriana / 66


El viento pasea su oráculo por los campos, desordenándolos. Su único propósito es alterar la forma majestuosa de las flores, despeinándolas; de los árboles, socavando su condición enhiesta; del silencio, poblándolo de culebras. Su profecía es el cambio, la mudanza de lo conocido, el temblor del espacio donde con ladrillos construirán un edificio que lo desafíe. Entra por las ventanas para saciar su sed de preguntas. Cierra las puertas de golpe con desparpajo de bromista y oculta los secretos que están a la vista. Solitario allá donde sople, donde se aloje, donde trastorne, su voluntad busca siempre desmelenar las voluntades.

viernes, 10 de abril de 2015

Becqueriana / 65


La lluvia escribe en el aire con una caligrafía densa, apretada, enigmática. Los zapatos escriben en el polvo del camino con una letra pausada, plácida, dócil, que de vez en cuando se detiene a meditar con las dos puntas de sus signos cara a cara. Las mariposas copian sobre el prado grafías caprichosas y coloristas que parecen transcribir una única palabra, la misma siempre, con infinidad de significados. Las manos escriben sobre la piel de un cuerpo con trazo delicado e insistente un verso que le hace gemir de satisfacción. Recrean en la piel la escritura desbordada de la lluvia.

miércoles, 8 de abril de 2015

«Puente de Vauxhall», de Javier Sebastián


Una trama es la sucesión de muñecas rusas idénticas, una dentro de otra, que al final, en el interior de la más diminuta, guarda en un papelito enrollado el nombre del más inocente de los personajes, aquel que no contiene en su interior ninguna muñeca repetida. En la novela de Javier Sebastián (1962) se llama Fabiola. Y sobre sus ojos risueños cae el telón hecho jirones de una monarquía y la matemática cruzada de sus servicios secretos. A la sombra de los acontecimientos de dimensiones excesivas sus novelas saben descubrir el anonimato brutal y descarnado de las tragedias no mediáticas.

lunes, 6 de abril de 2015

El pabellón dorado [12]


Llego de la calle a veces entristecido. He oído chillar a una madre, «te he dicho que el verde», y me he sentido como el niño que no sabe aún distinguir entre los colores el matiz del verde. He oído en el mercado a una vendedora elogiar el brillo de su pescado y aunque haya recopilado todas las imágenes que sé que fulgen, ignoro cuál de ellas destaca en las escamas de un pescado tieso y duro, que hacía poco aún nadaba. He oído ladrar a un perro que no me ha dejado conocerle, esquivo, a través de su pelaje.

sábado, 4 de abril de 2015

El pabellón dorado [11]


Llego de la calle más sabio. Nada he aprendido en ella si no he sido yo quien me he sorprendido subrepticiamente descubriendo algo. A espaldas de mí, ocultándomelo. Porque no es posible conocer lo que se espera conocer. Ni siquiera lo que se siente conocer. No hay saber nuevo en lo sabido. Y una vez sabido, empieza su lento deterioro. La espera de ser sustituido por otro conocimiento, acaso más preciso o tal vez más audaz. Pero siempre imprevisto. O mejor será decir, imprevisible. Un sonido nuevo, una textura desconocida, una palabra que de repente revela. Y soy más sabio.

jueves, 2 de abril de 2015

El pabellón dorado [10]


Llego de la calle cansado. El cansancio es la manera de ganarse un premio, el descanso. Me gusta descansar, no hacer nada; pero no es posible disfrutarlo si antes no se ha hecho algo costoso. De ahí que cualquier esfuerzo que me proponga llegue a mí con descuento. Me desvelo por hacer algo y al mismo tiempo sueño con llegar a casa fatigado para poder tumbarme aquí, las piernas estiradas, los brazos remolones, poner un disco y dejarme llevar por la corriente de la música río abajo mientras la brisa enloquece las hojas de los álamos y las alondras cantan.