sábado, 27 de febrero de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (4)


Entrelazadas, sobre la falda, las manos. Como abandonadas entre las telas, ignorantes de cualquier voluntad. Nunca he lamentado tanto no haber estudiado los secretos de la pintura para suplir lo que la memoria no sabrá guardar durante el tiempo que viva. Aquello que contemplaba Hadewijch de Bravante tampoco hubiera podido representarlo porque mis luces solo me permitían ver un carpe blanco de tronco ancho y abotargado. Empecé a comprender el sentido de la visión cuando desvié la mirada hacia la abertura de sus ojos cerrados, la respiración alterada, el cuerpo desprendido y, sobre todo, las manos temblorosas y tan ajenas.

lunes, 22 de febrero de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (3)


La nostalgia de réplicas la suple Eleonora gracias a una pequeña maceta con siete bulbos de narciso. Si el terciopelo de los nubarrones cuelga como cortina ante la ventana, la coloca en el alféizar. Si una frase adolece de esta ausencia de voces por los corredores de su construcción, la deja entonces en la mesa, sobre el montón de folios escritos. Sin precaución, a veces, por regarla, vierte la jarra del agua y me apresuro trapo en mano a limpiar tierra y humedad antes de que la tinta abandone las palabras, salte de unas a otras, las confunda, las ciegue.

viernes, 19 de febrero de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (2)


Árbol ojival, el níspero camina a paso lento por la senda lateral y de soslayo te sonríe, María Gabriela, cuando ni siquiera lo ves porque pasas atareada con las manos en los bolsillos del delantal. Extiende la tarde su mantel de meriendas sobre los parterres sosegados. Canta una calandria entre las hojas desmemoriadas del árbol lunático. El Eriobotrya Japónica apoya su bastón para avanzar con lentitud entre los macizos de dalias y cuando atraviesas el jardín con los ojos pendientes del papel que garabateaste anoche, tus zancadas dejan atrás la leve inclinación de cabeza con la que siempre te saluda.

lunes, 15 de febrero de 2016

Maria Gabriela Llansol, charla (1)


Un charco de luz donde flotan las ramas que el viento del otoño ha arrancado. Encuentro a Ana de Peñalosa en la cocina. Escribe. El cuaderno abierto sobre el mantel de cuadros rojiblancos. La escucho con la espalda apoyada en los azulejos de la pared. Con el frescor recorriéndola. El rumor de la pluma al arañar el papel. La atiendo ensimismado. Sé que podría decir algo en cualquier momento, y Ana levantaría los ojos para mirarme. Pero entonces dejaría de oírla, así que callo. Y sin embargo hay una conversación. Las ramas del tilo que caen en la blanca alberca.

viernes, 12 de febrero de 2016

Dietario de sensaciones, 9


Este pequeño parterre, isla en el cruce de dos avenidas e inaccesible para los peatones a través del puente de listas blancas que facilita atravesarlas, tiene trazada una escueta senda en su ajardinado césped. Se puede caminar por las losas que lo cercenan, pero también yo, incívico rastreador de atajos urbanos, prefiero la tierra húmeda. Es curioso: este inmenso contenedor de memoria que es la ciudad, acaso el mayor que pueda existir real, es incapaz de recordar sus caminos, siempre sobre piedra o asfalto. Un andar desmemoriado, siempre, que no deja nunca el mínimo cauce. Salvo aquí, donde nadie pasa.

martes, 9 de febrero de 2016

Dietario de sensaciones, 8


Los sueños nos cuidan. Estiran el edredón sobre el cuerpo si se destapa. Mantienen alejados los ruidos y desvían las luces estridentes. Acarician la espalda para que la sangre la recorra con más entusiasmo. Calientan los pies cuando se quedan fríos. Esparcen aromas de flores en la almohada. Nos besan en las mejillas para que cobren color. Provocan cosquillas en la cara interior del brazo que se mueve. Colocan el pelo en su lugar si se alborota. Nos susurran al oído melodías armoniosas que imitan el silencio. Cuelan bajo los párpados imágenes sosegadas, dulces, para que se encandile el sueño.

martes, 2 de febrero de 2016

Dietario de sensaciones, 7


La platea está inclinada hacia el escenario. El suelo, alfombrado. Las butacas son de terciopelo rojo. La altura de la sala es enorme y está flanqueada por cinco círculos. El frontal de los cinco pisos y los palcos brillan decorados con molduras doradas. También el arco del proscenio luce laberintos áureos que encierran tres ojos con pinturas contemporáneas. El telón, con ondulaciones carmesíes, aguarda el momento de ser alzado. Una gran lámpara cenital, en el centro de un artesonado de fantasía, ilumina. Cuando se apague, todo quedará en silencio y sonará orquesta. En el camerino, los cantantes calientan la voz.