Feliz Año Nuevo, me dijo. Como lo oyes. No me había dirigido la palabra nunca. En la vida. Y no será que no lo hubiera esperado. Desde niña. Ni me miraba al cruzarse conmigo. Como si no existiera. Para él ni siquiera vivía. Era capaz de agacharse a acariciar la cabeza de un perro y juguetear con sus orejas erguidas o restregarle el hocico. Pero si me veía, desviaba la mirada hacia otra parte. Y aquel día, ¿tú lo entiendes?, se dirigió a mí mientras me sonreía, amabilísimo. Era, no lo he olvidado nunca, un dieciocho de octubre: ¿Año Nuevo?
miércoles, 1 de enero de 2025
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