Nada hay que tema más el extraño que una citación. Conoce la lengua que se habla, pero nunca consigue entender qué le dicen las frases que lee. Le recuerda los crípticos mensajes del evangelio, una cadena de parábolas que solo comprende el oficiante, aunque luego, al explicarlo en la homilía, tampoco aclare nada. Esta incertidumbre lo convierte, sin embargo, en más atento a cuanto ocurre a su alrededor y en más despierto ante las singularidades del lugar que dice que le acoge, no porque le acoja, sino porque no le queda más remedio que engañarse continuamente para evitar los requerimientos.