sábado, 12 de diciembre de 2015

«Un año en la otra vida», de José Mateos (tríptico)


Cada vez es menos inadecuado el adjetivo «póstumo» para calificar la obra de un autor vivo. José Mateos (1967) lo sugiere desde el propio título. Cada vez es más frecuente que un autor escriba después de la muerte de las ideas que le convirtieron en escritor. O en el escritor que un día fue. Y, de hecho, cada vez será más difícil que aquel autor que aliente mantener viva una obra literaria durante décadas no deba enfrentarse a la decadencia y agonía de las ideas que le despertaron las ganas de decir lo que creía que no se había dicho.

Un año en la otra vida se presenta como un diario. O mejor, tiene su forma, aunque no lo sea. Podría considerarse una novela. O quizá un ensayo. Porque un diario en el que se ausenta la vida de quien lo escribe deja de serlo. Pese a que no del todo, pues del diario queda un imperceptible latido. Como un selfy en el que el autor se aparte en el último momento para permitir ver lo que hay detrás tampoco es una foto de paisaje. Espejo al que alguien se enfrenta solo para ver lo que hay a su espalda.

El hilo que ensarta las jornadas de este dietario entrelaza tres hebras: la elegía y el duelo por el fallecimiento de una amiga, novia de juventud; tres membrillos que, a modo de naturaleza muerta barroca, van connotando el paso del tiempo, y una serie de encuentros póstumos, esta vez sí, con amigos y conocidos que un día fallecieron y que regresan para contarle al autor lo paradójico de un estado que ni siquiera desde la muerte se puede comprender. Cada entrada diaria, sin embargo, suele tratar un asunto y sobre él la lucidez de José Mateos se despliega provocando asombros.