jueves, 10 de diciembre de 2015

«Ensayo sobre el lugar silencioso», de Peter Handke (díptico)


Es difícil encontrar otro escritor capaz de redactar cien páginas sobre los váteres de su vida donde haya una única frase irónica. En la página 50, como mojón medianero, quizá. Ironía que ni siquiera hace gracia, desafortunada incluso. Esta sensatez, sin embargo, no aparece a la hora de titular el libro. No es un «ensayo»: ¿será su segunda ironía? Prosa memorialista, sí, de interés. Y tampoco su «naturaleza es fragmentaria» como afirma en la página 48. Aunque separe los párrafos y los inicie con versalitas, todo el texto sigue un único curso, cohesionado y coherente. Sin teselas, un solo trazado.

Conocemos los lugares nombrables de quienes hacen memoria. Raramente los innombrables. Sí los compartidos o sociales (tugurios, burdeles o playas solitarias), pero no es frecuente descender de ahí hacia los lugares subjetivos intrascendentes. Donde nada ocurre. Nada decible. Lugares efímeros que poseen, sin embargo, una densidad que el tiempo (ajetreado e indeciso entre pasado y futuro) desconoce: son presente en un presente. Y quizá solo por eso se incorporan, sin que haya razón alguna para revivirlos, al recuerdo. Intransferibles, por endebles e inanes. Estos son los espacios que Hanke revela: su geografía secreta (y seria) de «retretes» y «lugares retirados».