Que escribiera, me dijo la carta al despedirse. Escríbeme, repitió. Si solo me lo hubiera pedido una vez, quizá evadirse del compromiso hubiese resultado más sencillo. Tuve que recurrir, por querer cumplirlo, a un manual de uso. Y ahí descubrí que existen tantos géneros epistolares como corresponsales hay. Y sin averiguar si nuestra relación había sido comercial o jerárquica o cómplice cómo encontrar, en el volumen consultado, las indicaciones certeras sobre el encabezamiento adecuado, el tono exigido, la familiaridad justa en las descripciones. Una jungla ofrece orientaciones más precisas. Así que, confundido como andaba no tuve más remedio que olvidar.