Tras esta puerta cerrada hace décadas, un amasijo de residuos secos por zócalo y ciudad de telarañas sus cristales, sigue vendiendo colonias y peines una mujer menuda que adoraba lucir vestidos de colores chillones. El calificativo es de mi madre, porque solo recuerdo haberlos visto de lejos. Mi altura entonces no servía para remontar la del mostrador. Encarado a esa nada con paciencia aguardaba a que una mano rescatara la mía y me devolviera a la calle. Dentro, la viudita, como la llamaban, y mi madre no paraban de reírse y llamarse guapas. Y a mí, nadie me hacía caso.